Camiguín, la olvidada isla nacida del fuego

¿Qué esperábamos de Camiguín?

Camiguín no estaba entre nuestras ideas iniciales del viaje. No teníamos muy claro qué podía ofrecernos esta isla, cómo llegar a ella o qué atractivos turísticos nos iban a dejar sin palabras durante nuestra estancia en este lugar. Tras un segundo replanteamiento de nuestra ruta e investigando un poco más cerca de ella, decidimos incluirla y, como no teníamos ni idea de lo difícil que sería llegar hasta allí, decidimos quedarnos durante cinco noches.
De esta isla teníamos ideas dispersas: tenía muchos volcanes, tenía playas de arena blanca (aunque mayoritariamente eran de arena negra), tenía algunos puntos de buceo interesantes… pero nada claro ni con demasiado detalle. Así que nuestra intención era exprimirla y descubrirla para poder hacer algo diferente a lo “típico” en Filipinas.

La llegada

Esta pequeña isla se encuentra en la zona de Mindanao, lo que ya anticipaba una llegada algo más complicada. Aunque tiene aeropuerto, solo opera un vuelo diario desde Cebú o desde Bohol también se puede llegar en ferry tras unas 4 horas de travesía. Nosotros optamos por una tercera vía: llegar desde Siargao tras una auténtica odisea de transportes. Salimos a las 5 de la mañana y, entre tricycles, vans, autobuses y ferry, acabamos acumulando unas 12 horas de trayecto.
La ruta fue curiosa, desde el puerto de Surigao nos apañamos con lo que encontramos: conductores que hablaban entre ellos, mochilas que cambiaban de manos y trayectos cuya duración nadie parecía tener clara; pero, sorprendentemente, todo salió bien. Solo nos quedaba el último ferry, que se retrasó una hora, y una vez en Camiguín, un tricycle algo avispado nos cobró más de la cuenta por llevarnos al hotel… pero ya estábamos allí. Cansados, sí, pero también con muchas ganas de descubrir esta isla aún desconocida para nosotros.

Primeras impresiones

Llegamos a Camiguín por ferry desde Balingoan, entrando por el puerto de Benoni, en el lado este de la isla. Aunque esta zona no es la más turística, ya en el trayecto hacia nuestro alojamiento nos sorprendió un tramo de carretera junto al mar, con el agua a apenas unos metros, una imagen que se nos quedó grabada.
Nuestro hotel estaba en una zona cercana a Mambajao, la ciudad más grande de la isla, pero algo alejada del bullicio como solemos hacer. Tras tantas horas de viaje, no teníamos fuerzas para explorar nada, pero sí necesitábamos salir a tomar el aire. Nos acercamos a un beach club donde tomamos una cerveza con vistas al mar, y ahí ya empezamos a notar algo que se repetiría durante toda la estancia: el turismo aquí era casi exclusivamente oriental.
La cena de esa noche fue otro tema. Fuimos a un restaurante muy bonito, lleno de gente, con buena pinta… pero el desastre llegó con la comida. Un sándwich que prometía de todo y trajo apenas pan, jamón y lechuga y unos noodles que nos llegaron media hora antes que el sándwich. Vamos, que no fue la mejor bienvenida gastronómica.

Recorriendo la isla del fuego

El primer día tras nuestra llegada lo dedicamos a ponernos un poco en marcha: hacer la colada, buscar un coche de alquiler y acercarnos al DENR, el Departamento de Medio Ambiente, para informarnos sobre la subida al Hibok-Hibok. Gracias a la familia del sari-sari de al lado del hotel, descubrimos las motorelas, unas furgonetas compartidas que funcionaban como transporte público. Aunque al principio nos cobraron como si fuera un tricycle (sí, cara de turistas), pronto aprendimos a movernos mejor por la isla.
Después de cumplir con todas las gestiones, tocaba premio: un restaurante italiano que Pablo había encontrado (si te apetece un buen italiano, déjanos un comentario y te pasamos el lugar) y se convertiría en nuestra perdición los días siguientes. Aunque ese día acabamos muertos, aún sacamos fuerzas para una siesta y ver el atardecer en la playa.

El segundo día lo dedicamos por completo a subir el Hibok Hibok, que os contamos más adelante, y cuando bajamos de aquel volcán con las piernas doloridas por la subida solo teníamos fuerzas para tres cosas: poner la lavadora, ducharnos y recoger el coche. Con el coche ya en nuestras manos, paramos a comer en el italiano (que ya se había convertido en «el de confianza») y a dormir. Nos despertamos de la siesta, recogimos la ropa y buscamos un lugar para cenar. Es día nuestros cuerpos ya no podían más, así que a dormir para el día siguiente cogerlo con fuerza.
Con energías renovadas, arrancamos el coche para recorrer la isla por su carretera principal, en busca de rincones que no suelen aparecer en todas las guías. El primer objetivo fue llegar al puerto del pueblo de San Roque para preparar nuestra excursión a Mantigue Island. Ya con la información en la mochila, seguimos nuestra ruta y fuimos a ver Taguines Lagoon, que desde fuera prometía… pero acabó siendo un lago artificial con aspecto descuidado, al lado de un parque acuático medio desierto.
La siguiente parada nos llevó al Giant Clams Sanctuary & White Beach. Sabíamos que el tifón lo había arrasado, pero teníamos curiosidad por ver el lugar. Lo que no esperábamos era que, pese a no haber ya almejas gigantes, nos quisieran cobrar por todo: por entrar, por nadar, por aparcar… Salimos de allí con bastante enfado, frustrados por una experiencia mal gestionada.
Intentando cambiar de aires, dimos con Moro Tower. El acceso estaba mal indicado, por un sendero sin asfaltar detrás de unas casas. Cuando por fin llegamos, lo que encontramos fue una torre semiderruida y desierta. No tardamos en volver al coche y seguir explorando.
Otro intento fue St. Niño Cold Spring, pero al llegar vimos un parking abarrotado y lo que parecían piscinas artificiales llenas de gente ¡demasiado jaleo para nosotros! Y con las Soda Water Pool ni lo intentamos porque ya nos habían avisado de que no eran más que unas piscinas normales donde los locales pasaban el día, así que las tachamos de la lista.
Por suerte, el día nos regaló una bonita recompensa, el atardecer en el Sunken Cemetery. Nos sentamos en unas escaleras junto al mar mientras el sol caía detrás de una gran cruz en medio del océano. Una imagen que recordaremos, más aún cuando vimos cómo las barquitas llegaban hasta la cruz tirando de una cuerda en vez de remar, probablemente por las corrientes.

Al día siguiente madrugamos para visitar Mantigue Island, una experiencia tan espectacular que se merece su propio apartado. A la vuelta, con la sensación de haber vivido algo único, intentamos visitar Tuasan Falls. Pero la lluvia no nos lo permitió, así que cambiamos de planes e intentamos ir a las ruinas de una antigua iglesia española. El sitio no prometía mucho desde fuera, y como había que pagar entrada, lo descartamos. Como el día estaba poco apetecible, dejamos el resto de las visitas para el día siguiente.
A la mañana siguiente, temprano pusimos rumbo a visitar las Tuasan Falls. Llegamos temprano y prácticamente solos pudimos disfrutar de estas cascadas, rodeadas de vegetación salvaje; sin duda fueron las mejores cascadas de Camiguín y unas de las mejores de Filipinas. Continuamos la jornada conduciendo por el interior de la isla, por carreteras sin apenas tráfico, disfrutando de paisajes espectaculares.

Otro lugar que teníamos en mente, especialmente Ali, era el PHIVOLCS Hibok-Hibok Observatory donde supuestamente se podía ver en directo la actividad del volcán; pero cuando llegamos, parecía más cerrado que operativo. De ahí, nueva parada técnica en nuestro italiano de cabecera, y al atardecer, nos dirigimos de nuevo al Sunken Cemetery, haciendo una parada improvisada en un mirador espectacular entre Yumbing y The Walkway to the Old Volcano.

Ese día, en medio del trayecto, incluso nos paró la policía. Solo querían saber si éramos italianos. Cuando respondimos que españoles, todo fueron risas y un “¡Ah, España! ¿Cómo estás?”. Nada que ver con lo que uno imagina de un control policial.
El último día nos levantamos temprano para visitar White Island, que también merece su propio espacio en este blog, y tras eso, hicimos nuestro último paseo: The Walkway To The Old Volcano and Stations of the Cross. Un camino fácil, entre asfalto y tierra, con 14 estaciones del Vía Crucis más una de la resurrección. Lo más curioso fue ver cómo los locales hacían el recorrido rezando y dejando velas en cada estación, como si de una Semana Santa en miniatura se tratara. A nosotros nos recordó a San Justo de la Vega, el pueblo de Ali.

Con esto, dábamos por cerrado nuestro paso por Camiguín; una isla que, sin esperarlo, nos regaló experiencias tan peculiares como memorables.

Nuestra experiencia en el Hibok Hibok

Desde el principio, sabíamos que subir al Hibok Hibok era una de las actividades más emblemáticas que se podían hacer en Camiguín. Habíamos leído que se trataba de un trekking apto para cualquiera con una forma física “normal”, lo que nos parecía que cumplíamos de sobra, así que nos animamos. Para poder hacerlo, lo primero era pasar por el DENR, el Departamento de Medioambiente, donde pagamos la tasa correspondiente y nos asignaron un guía, esto es imprescindible, tanto a nivel regulatorio como por tu propia seguridad. No conocíamos a ninguno previamente, pero nos tocó uno estupendo, tanto que al terminar la experiencia le pedimos permiso para compartir su contacto. Si estás interesado, déjanos un comentario y te lo pasamos.
Con todo en regla, empezamos a preparar el equipo: calzado de trekking, pantalón largo, calcetines altos (Ali se llevó dos mini sanguijuelas como souvenir en el zapato), agua bien fría y abundante, nosotros llevamos tres litros y volvimos con las botellas vacías, algo de comida, chubasquero, antimosquitos y una mochila ligera. El guía nos escribió por WhatsApp con todas las recomendaciones y quedó en recogernos en moto a las 5 de la mañana para evitar el calor.
A las 5 de la mañana, ya estaba el guía a la puerta de nuestro hotel y cinco minutos después ya estábamos en el punto de salida y comenzaba la subida. Todo era cuesta arriba, claro, pero decidimos dividir el recorrido mentalmente en tres partes. El primer tramo fue un calentamiento agradable entre campos de palmeras, alguna que otra choza y hasta una vaca pastando con un “xatín”. Hicimos una breve parada en una fuente de manantial, nuestro guía bebió encantado, pero nosotros tiramos de nuestras botellas.

El segundo tramo empezó a complicarse; el “sendero” era una palabra generosa para describir una subida por plena selva, donde no existía ningún camino evidente ¡Así entendimos perfectamente por qué es obligatorio ir con guía! Los desniveles superaban el 40% y a menudo teníamos que ayudarnos con las manos, agarrándonos a troncos o subiendo por raíces, ¡vamos, trepando literalmente! Cuando llevábamos una hora, Ali preguntó si ya estábamos a mitad; el guía nos respondió que aún no y que lo sabríamos cuando viésemos un cartel. Y así fue, tras una breve parada en un mirador desde donde se veía White Island, seguimos subiendo media hora más y por fin llegamos a la señal.

Ahí hicimos la parada más larga del recorrido. El guía, siempre paciente, nos animaba y también aprovechamos para charlar más con él sobre nuestras vidas, sobre España, sobre su trabajo… Fue un descanso bien merecido, porque lo que venía ahora no sería precisamente más fácil. Nos avisó de que la pendiente se endurecía, el camino desaparecía aún más y, en muchos tramos, tendríamos que trepar como buenamente pudiéramos.
La cara de Ali era un poema, y Pablo intentaba disimularlo, pero no estaba mucho más convencido. Así que antes de seguir, hicimos una pausa estratégica para decidir: ¿cuánto nos quedaba? ¿cómo era el tramo final? ¿qué tan duro era? El guía fue claro. Faltaban unos 40 minutos hasta el cráter, y después vendría lo más duro hasta la cima: sin vegetación, mucha pendiente, suelo inestable y resbaladizo… Lo teníamos claro: llegaríamos al cráter y daríamos por concluida la aventura.
Cuando llegamos al cráter, tras más de cuatro horas de subida, el lugar no era el mirador panorámico que imaginábamos, sino más bien un claro entre vegetación con vistas preciosas al lago del cráter. Comimos nuestros sándwiches, charlamos con el guía sobre la experiencia y él mismo nos dijo que, con el cielo cubierto que teníamos, la cima no nos iba a ofrecer mucho más. Así que sí, ese fue nuestro punto final en el Hibok Hibok.

La bajada, aunque más rápida (menos de tres horas), no fue un paseo de rosas. Seguía siendo exigente, resbaladiza y requería atención constante; tanto que Pablo acabó en el suelo un par de veces, pero sin consecuencias. Durante la bajada nos cruzamos con apenas diez personas subiendo, algunas con atuendos tan inapropiados como cangrejeras o zapatillas de tela, lo cual nos hizo reflexionar…
¿Realmente este trekking es apto para todo el mundo? Nuestro guía nos confirmó que no, que muchas personas no entienden bien a lo que se enfrentan, que hay quienes tardan ocho horas, otros que quieren correrlo entero ¡sí, alguno lo había intentado! Nosotros nos quedamos con la tranquilidad de haber hecho lo que podíamos, de haber llegado a un punto tan exigente, y sobre todo de haberlo vivido para poder contarlo.
Porque lo cierto es que, aunque no llegamos a la cima, sí llegamos a nuestra cima. El Hibok Hibok es una experiencia increíble, pero no es un paseo. Son más de 1.100 metros de desnivel positivo en menos de cinco kilómetros, sin barandillas, sin camino claro, con tramos de auténtica selva. Así que, si estás pensando en hacerlo, infórmate bien, escucha a tu cuerpo y no te frustres si no llegas hasta arriba; la experiencia, sin duda, ya está en el camino.

Las dos islas secretas de Camiguín

Camiguín, la isla nacida del fuego nos sorprendió por muchas razones, pero sin duda lo que no esperábamos era que, entre tanto origen volcánico y arena negra, se escondieran dos joyas completamente distintas: White Island y Mantigue Island. Ambas nos regalaron momentos únicos y se convirtieron en dos recuerdos imborrables del viaje.
A la primera que fuimos fue White Island, una lengua de arena blanca enclavada en medio del mar frente a la costa noroeste. Desde Camiguín, en apenas diez minutos en barca, puedes plantarte en este lugar con vistas de postal, de postal del paraíso. El proceso para llegar allí es sencillo: una vez en el puerto de Yumbing, pactas el tiempo que quieres pasar en la isla (hasta tres horas) y, si tienes suerte, puedes compartir embarcación con otros viajeros para abaratar el coste.

¡Eso nos pasó a nosotros! No habíamos apenas bajado del coche y un señor francés se acercó a nosotros apresurado para compartir la barca; algo normal porque viajaba solo y el coste para una única persona puede ser algo elevado. Le explicamos que nuestra idea no era pasar más de una hora y media en aquel lugar (sin sombra y con un sol que achicharraba) ya que el tiempo en la lengua de arena tenía que ser único. El señor nos dijo que por supuesto, así que sin mucho tiempo para pensarlo estábamos los tres embarcados rumbo a aquel paraíso.
Nuestra recomendación: ve temprano, lleva protección solar y cuando la marea está baja, así la lengua de arena se divide en dos y puedes caminar entre ambas sin problemas.
Pasamos una hora y media en aquel lugar, lo justo para un baño y quedarnos embobados con las vistas al Hibok Hibok y al resto de volcanes, que se dejaron ver nítidos tras disiparse las nubes ¡fue una estampa mágica! Y aunque el snorkel no nos pareció gran cosa, poca vida marina, algo de arena y rocas, la vista panorámica es lo que realmente vale la pena. Volvimos a tierra firme con la sensación de haber visitado uno de los puntos más bonitos de todo Filipinas.

El otro lugar que parece casi irreal es Mantigue Island, una pequeña maravilla, esta vez al este de Camiguín. Una isla redonda, rodeada de arena blanca y aguas turquesas, con un interior verde salpicado de palmeras. Llegar también es fácil: solo tienes que acercarte al puerto de San Roque y coger una barca similar a la de White Island.
El sistema es el mismo: precio por barca, máximo de pasajeros, y una fee por hacer snorkel, que en nuestro caso nunca llegamos a pagar porque no encontramos a nadie a quien dársela a pesar de preguntar.En esta ocasión no pudimos compartir barca y como no queríamos estar allí mucho rato, decidimos asumir el precio completo y hacer la excursión a nuestro ritmo. Tardamos unos veinte minutos en llegar, y nada más pisar la isla ya estábamos alucinando con el paisaje.


Nos lanzamos al agua para hacer snorkel, pero lo cierto es que fue bastante decepcionante: pocos peces, casi ningún coral… así que después de un rato decidimos volver a la orilla y disfrutar del entorno. Allí nos sorprendió el ambiente tan local; había bastantes familias filipinas haciendo picnic, neveras portátiles incluidas, como si de una playa dominguera en España se tratara. 
El regreso, eso sí, fue algo más peculiar: aunque habíamos pagado una barca solo para nosotros, nos juntaron con otras dos chicas para la vuelta, sin consultarnos. No fue un drama, pero sí uno de esos pequeños detalles que te dejan un sabor agridulce por el simple hecho de que las cosas no sean como te las han vendido. Pese a eso, Mantigue nos pareció un lugar precioso, aunque si tenemos que elegir, el cielo despejado y las vistas desde White Island fueron inigualables.

El punto final en esta isla

Camiguín tiene aeropuerto propio; así que dependiendo de cuál sea tu siguiente destino, puedes plantearte salir directamente desde aquí. Si no, siempre queda la opción de volver a la isla grande de Mindanao, eso sí, prepárate para coger de nuevo el barco hasta Balingoan y desde ahí buscar algún aeropuerto cercano.
En nuestro caso, el destino final era Davao, ya que desde allí cogeríamos el vuelo hacia nuestra siguiente aventura. Así que tocaba repetir el camino: ferry de vuelta a Balingoan… y ahí comenzó uno de los trayectos más pesados, por no decir el peor, que hicimos en todo nuestro viaje por Filipinas. Pero eso, como siempre, os lo contaremos más adelante en el blog.

Reflexión final sobre Camiguín

Camiguín fue una de esas islas que te sorprenden en todos los sentidos. Poco masificada, incluso diríamos poco valorada, nos dejó un sabor de boca tan auténtico que no tenemos dudas: volveríamos con los ojos cerrados.
No todo fue perfecto, claro. Hicimos un trekking que, a pesar de estar clasificado como apto para todo el mundo, nos pareció exigente de verdad. También nos quedamos con las ganas de bucear, ya que no encontramos ninguna escuela que nos transmitiera suficiente confianza, y el snorkel… bueno, dejó mucho que desear en la mayoría de los puntos.
Pero más allá de eso, comimos de lujo en el que se convirtió en nuestro italiano de confianza (¡qué delicia de penne fumé!), vivimos atardeceres increíbles con cerveza en mano en un bar a la orilla del mar, y aunque hubo alguna lluvia que nos impidió hacer ciertas visitas, cada rincón que descubrimos nos encantó. Y White Island… esa imagen se nos quedó grabada para siempre.

¡Nuestra recomendación!

Si estás preparando tu ruta por Filipinas y tienes más de 14 días, no lo dudes: incluye Camiguín. Puede que no sea la isla de postal que tienes en mente cuando piensas en este país y que su llegada puede ser algo engorrosa, pero créenos, ¡tiene algo que te atrapa!

¿Buscando lugares diferentes y sin masificación en tu viaje por Filipinas? Ten en cuenta esta isla en tu ruta para alejarte de lo convencional y descubrir la esencia del lugar

¿Qué hacer en Camiguín?

Imprescindibles

  • White Island:lengua de arena y mirador ideal a la isla de Camiguín y sus volcanes, ¡cuidado con el sol!
  • Mantigue Island: isla paradisiaca de arena blanca y aguas cristalinas con vistas a la otra parte de Camiguín
  • The Walkway to the Old Volcano and Stations of the Cross: trekking a un volcán de nivel sencillo con la curiosidad que tiene las estaciones del Via Crucis representadas con imágenes en su recorrido, desde la cima, entre las estaciones 14 y 15 se tienen unas buenas vistas del cementerio hundido
  • Sunken Cementery: cementerio hundido tras una erupción que cuenta con un bonito mirador y una playa ideal para ver el atardecer. Se puede hacer snorkel; pero siempre con cuidado de las corrientes (son muy intensas e imprevisibles) y observar almejas gigantes. También se puede ir en barca hasta la famosa cruz
  • Tuasan Falls: las cascadas más impresionantes de Camiguín
  • Itum Rd: carretera interior entre naturaleza y los volcanes llena de puntos en los que hacer una breve parada y obtener unas vistas increibles
  • *Hibok Hibok: trekking al cráter del volcán y a su pico. ¡Ojo: no es para todos los públicos; tu forma física debería sea muy buena o estar habituado a realizar trekking de montaña con grandes desniveles!

Si tienes algo más de tiempo

  • Ruins of the Old Spanish Church of Bonbon: antigua iglesia española de la que únicamente quedan las ruinas, cobran por acceder
  • Soda Water Pool: piscinas de agua con gas; normalmente van locales a pasar los días festivos, no son nada del otro mundo más allá de la curiosidad
  • St Nino Cold Spring: piscinas artificiales de agua natural; normalmente van locales a pasar los días festivos, por lo que suelen estar bastante llenas, casi tanto como lo fría que está el agua
  • Moro Tower: antigua torre de vigilancia que se encuentra en un estado de abandono bastante avanzado
  • Giant Clams Sanctuary & White Beach: actualmente el santuario está cerrado porque el tifón de 2021 arrasó con las almejas gigantes, que actualmente se pueden contemplar en la playa junto al cementerio hundido. La playa está normalmente llena de locales y, como es costumbre en Filipinas, tendrás que pagar para acceder.
  • Ardent Hibok-Hibok: piscinas naturales. Las incluimos aquí porque están bastante adaptadas por el ser humano y ya no están calientes por la actividad volcánica; por lo que son unas piscinas normales
  • Sa-ay Cold Spring: piscinas naturales que pueden estar algo menos masificadas
  • Katibawasan Falls: cascadas, en nuestra opinión, menos espectaculares que las Tuasan Falls.
  • PHIVOLCS Hibok-Hibok Observatoy: observatorio actividad volcán; no sabemos si está abierto a turistas actualmente, puesto que cuando fuimos, no pudimos acceder

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