Corón, la isla y hermana pequeña de El Nido

¿Qué esperábamos de Corón?

Cuando ya habíamos recorrido una buena parte de Filipinas, nos tocaba descubrir otro de los spots más conocidos del país: Corón. Si El Nido era el gran protagonista de las fotos de Instagram, este destino parecía ser su hermano pequeño, con una fama más modesta pero igualmente prometedora.
La idea que teníamos antes de llegar era muy parecida a la que llevábamos cuando pisamos El Nido: mucha gente, calles saturadas, precios inflados y poco margen para disfrutar del entorno sin agobios. Pero algo nos decía que teníamos que darle una oportunidad, porque si tantos viajeros repetían este destino, algo especial debía tener.
Y sí, también nos picaba un poco la curiosidad: ¿era realmente tan espectacular bajo el agua como habíamos leído? ¿Valía la pena visitar ambos, o con uno bastaba? Solo había una forma de salir de dudas.

La llegada

Llegar aquí desde El Nido es relativamente sencillo, con varias opciones disponibles: puedes volar directamente, coger un ferry o apuntarte a una expedición de varios días por el mar. Nosotros descartamos la expedición por falta de información y tiempo, aunque después nos quedaría la espinita. En su lugar, elegimos el ferry: un viaje de unas 4 horas que, entre siestas y algún que otro mareo, nos llevó hasta la ciudad sin mayores complicaciones.
Al bajar del barco en el pequeño puerto de Corón, nos subimos a un tricycle que nos dejó en la puerta de nuestro hotel. Esta vez, sí ¡sin sorpresas! Todo perfecto desde el primer momento: buena ubicación, fácil acceso, habitación cómoda y un entorno agradable para descansar después del viaje.
Y aunque acabábamos de llegar, ya se sentía una diferencia clara con respecto a El Nido. Sus calles eran más tranquilas y el ambiente menos caótico.

Primeras impresiones

Nada más dejar las mochilas en el hotel, nos entraron esas ganas de estirar las piernas y empezar a explorar un poco. Subimos primero a la azotea del hotel y… ¡vaya vistas! Desde allí se veía toda la ciudad, el mar a lo lejos y, entre tejados, lo que parecía un mercado. Y claro, como buenos curiosos, nos pusimos rumbo a él.

En el camino hacia el supuesto mercado, algo ya nos iba llamando la atención: esta ciudad tenía una energía distinta. Menos caos, menos turistas, menos ruido. Sí había restaurantes y vida en las calles, pero nada que ver con el bullicio de El Nido. Tuvimos que cruzar algunas callejuelas que no teníamos claro si eran públicas o más bien pasillos entre casas. Pero finalmente llegamos a un descampado junto al mar, y justo al fondo, el mercado.
Solo que… no era lo que esperábamos. Nada de puestos de comida callejera ni ambiente festivo. Era un mercado de productos frescos: pescado, marisco, carne, frutas… Y ese olorcito de última hora de la tarde que nos hizo salir corriendo con una mueca en la cara. Eso sí, la zona tenía su esencia: casas humildes, barquitas, redes… sin duda, un barrio de pescadores.

De vuelta a la calle principal, teníamos una misión pendiente: buscar una agencia para reservar el tour del día siguiente. Y aunque no era tan fácil como en El Nido (menos oferta, menos tiendas), finalmente dimos con una escuela de buceo donde nos ofrecieron un buen precio… pero solo después de una cerveza helada en un restaurante muy cuco que encontramos por el camino (el mejor plan para tomárselo con calma).
Ya con todo listo, seguimos callejeando y observando la vida local. En un pabellón enorme vimos a un grupo de niños jugando al bádminton, mientras que en una gran plaza otros jugaban al baloncesto. Todo tenía ese aire tranquilo y auténtico, sin colas, sin agobios, sin bullicio de turistas.
Antes de cenar, nos paramos en una azotea para tomar otra cervecita. Nos pusieron unos cacahuetes como “pincho” y no pudimos evitar recordar los de León… (¡qué nostalgia!). Como no habíamos visto ningún sitio que nos convenciera del todo para cenar, tiramos de Google y blogs y dimos con Trattoria Altrove, una pizzería que, sinceramente, nos encantó.

Recorriendo la zona

En este destino teníamos menos días que en El Nido, así que nuestra misión era clara: ¡aprovecharlos al máximo! Nada más despertarnos al día siguiente de nuestra llegada, nos fuimos directos a hacer el tour que más nos llamaba la atención: el Super Ultimate Island Hopping. Ya os contaremos los detalles en una sección aparte, pero os adelantamos que fue una auténtica maravilla.
Después de pasar todo el día de islote en islote, entre lagunas y aguas cristalinas, regresamos al hotel con las energías justitas. Aun así, Pablo tenía fichado un restaurante que había visto en internet, así que nos acercamos… pero estaba lleno. Así que dimos un pequeño paseo y acabamos cenando en un sitio sencillo para recuperar fuerzas. Al día siguiente queríamos madrugar para ir a otro rincón que pintaba muy bien: Siete Pecados Marine Park.
Nos levantamos temprano al día siguiente, cogimos un tricycle y negociamos con él la ida y la vuelta. En unos 20 minutillos estábamos ya en un pequeño parking con una caseta donde nos explicaron que teníamos dos formas de visitar la zona: alquilar un kayak o ir en un barquito con capitán y guía. Como el precio era bastante similar y el tiempo de visita también, nos animamos a subir al barquito. Solo nosotros, el capitán y un guía local.

Y qué maravilla. Durante dos horas, estuvimos descubriendo los fondos marinos de esa zona que, aunque no tan famosa como otros puntos del país, fue de los lugares donde sentimos la vida marina más viva y colorida. Corales preciosos, peces curiosos y ese silencio tan especial que solo se encuentra bajo el mar.

De vuelta al hotel y con algo de tiempo aún por delante, nos propusimos una última parada para terminar el día por todo lo alto: su mirador, ese que tiene una cruz enorme y el nombre de la ciudad en letras blancas al estilo Hollywood. La subida no fue poca cosa… más de 700 escalones que nos dejaron sin aliento (literal). Pero cuando llegamos arriba, el atardecer nos recompensó el esfuerzo con unas vistas de postal. El sol escondiéndose entre los islotes y el mar anaranjado fue un espectáculo digno de recordar.

Con el descenso hecho, dimos un paseo tranquilo por la ciudad y fuimos directos al restaurante que la noche anterior se nos había resistido. Y, por fin, Pablo pudo probar el famoso pollo inasal. La cara de felicidad lo decía todo… ¡estaba buenísimo!
Para rematar la noche, nos reencontramos por casualidad con Matías (sí, ¡el mismo con el que coincidimos en Port Barton y El Nido!) y nos contó su experiencia en la expedición de 2 días. Fue una conversación breve, pero lo que nos relató nos hizo pensar que quizás nos habíamos perdido algo bastante especial… Pero eso sí, nos quedamos con las ganas para una próxima aventura.
Con el estómago lleno, los pies cansados y la mochila lista, nos fuimos a descansar. Al día siguiente… ¡nuevo destino!

El Island Hopping más completo y barato de Filipinas

Antes de llegar a esta ciudad ya teníamos claro qué tour queríamos hacer: el Super Ultimate Island Hopping, una ruta completa por los rincones más espectaculares de la zona.
El día empezó temprano. A las 8 de la mañana una van pasó a recogernos al hotel junto a otros viajeros. Tras un corto trayecto de unos 10 minutos, llegamos a una zona portuaria próxima al mercado. Allí nos encontramos con el primer caos del día: guías que no sabían a qué grupo pertenecíamos, barcos que salían sin control y nosotros… esperando sin saber muy bien por qué. Finalmente, nos subieron de nuevo a la van para llevarnos apenas 200 metros más allá, donde por fin embarcamos.
En el barco, bastante grande y compartido con unos 15 viajeros más, nos ofrecieron alquilar un kayak para todo el recorrido, pero la chica que nos había vendido el tour ya nos había dicho que no merecía la pena, así que decidimos prescindir de él. A bordo viajaba también una familia local, que además de ser los dueños de la embarcación, nos prepararía una comida deliciosa más adelante.

La primera parada fue algo floja: una playa bonita, pero sin mucha vida marina para hacer snorkel. Menos mal que el segundo punto del día sí estuvo a la altura: Skeleton Wreck, un antiguo barco japonés hundido durante la II Guerra Mundial. Aunque está a cinco metros de profundidad, se distingue perfectamente desde la proa, y la vida marina que lo rodea es impresionante.

De ahí nos dirigimos a Twin Lagoon, una laguna doble conectada por un túnel que puedes cruzar nadando. Esta parada nos fascinó. Mientras los que llevaban kayak tenían que bordear el acceso, nosotros lo cruzamos nadando entre formaciones rocosas. En el agua, volvimos a encontrarnos con nuestros ya conocidos triggerfish, los peces favoritos de Ali.
Ya de regreso al barco, nos esperaba un buffet casero espectacular. De verdad, la señora que venía con nosotros cocinó como los ángeles. Fue uno de esos momentos en los que el alma también se alimenta.

La siguiente parada fue Coral Garden, otro punto para hacer snorkel. Aunque el coral no era tan colorido como esperábamos, sí se veía más vivo que en El Nido. A continuación, nos dirigimos a Barracuda Lake, un lugar al que se accede nadando desde el barco y luego subiendo unas escaleras hasta una laguna interior rodeada de acantilados. El uso de chaleco era obligatorio, pero el paisaje que te espera al sumergirte es simplemente brutal: formaciones rocosas imponentes bajo el agua que parecen sacadas de otro planeta.

Y como broche final, llegamos a Kayangan Lake, probablemente el rincón más icónico de Corón. Antes de bajar al lago, subimos a un mirador con vistas de postal al embarcadero y las montañas calizas. Una vez abajo, el lago se abría en calma y silencio. Pablo no dudó en meterse, mientras Ali decidió quedarse relajada en la orilla.
De camino de vuelta, un curioso animal cruzó el paso frente al barco: ¡un varano! Un cierre inesperado para un día redondo. A pesar de que empezó con cierto caos, este tour terminó siendo una de las experiencias más completas y memorables del viaje.

El norte de la isla de Corón

Desde España ya habíamos planeado que, si llegábamos a esta zona, intentaríamos ir al norte de la isla para conocer un pequeño pueblo costero donde, supuestamente, podíamos ver dugones, unos animales marinos poco comunes y muy curiosos.
Nuestra intención era clara: vivir esta experiencia sin prisas y por libre, evitando los tours organizados. Pero una conversación en Filipinas con una pareja de viajeros cambió por completo nuestros planes. Nos contaron que allí solo quedaban dos dugones, que solo se avistaban haciendo snorkel y que no tenían claro si los atraían con comida. Con esa información, lo tuvimos claro: no íbamos a hacer la actividad.
Aun así, decidimos mantener la visita al pueblo para descubrir un rincón más auténtico de la isla y alejarnos del turismo. El mismo día del check-out, fuimos a la estación de buses. Allí, en un cartel bastante grande, vimos el horario y los destinos posibles (incluidos los hoteles disponibles en cada uno). Volvimos al hotel por las mochilas y regresamos a la estación. Aunque el sistema no era muy claro al principio, la chica que vendía los tickets no hablaba mucho inglés, finalmente entendimos que el bus no salía a una hora fija, sino cuando se llenaba la van. Tras unos 45 minutos de espera, pusimos rumbo al norte.
Unas dos horas después, llegamos al que parecía ser el pueblo más tranquilo del mundo. Las calles no estaban asfaltadas, los vecinos se sentaban a la sombra charlando, los niños jugaban descalzos por la calle, y las bicis iban y venían sin parar. Era como volver a la infancia de nuestros pueblos: la esencia de lo simple y lo cotidiano.Aunque sabíamos que no había mucho que hacer, el plan era justamente ese. Exploramos el puerto, lleno de barquitas de pescadores, descubrimos un pequeño bar con vistas al mar y comimos en un restaurante sencillo donde todo estaba delicioso. El resto del día lo pasamos trabajando un poco, paseando y descansando. Y aunque no fue un lugar lleno de acción, fue un soplo de calma que agradecimos mucho.

El punto final en esta isla

Salir de aquí suponía despedirse de Palawan. Nuestra siguiente parada ya nos alejaba de esta isla que tanto nos había regalado, así que nos dirigimos directamente al aeropuerto de Corón. Coordinamos el traslado con el hotel, que nos organizó una van hasta el pequeño aeropuerto. Una vez allí, no había lugar para perderse: el edificio tenía apenas dos puertas. Eso sí, habíamos llegado con bastante antelación, así que nos armamos de paciencia y nos preparamos para esperar.
Y fue precisamente en esa espera cuando vivimos una de esas situaciones que, aunque extrañas para nosotros, deben de ser bastante comunes en Filipinas: ¡se fue la luz en todo el aeropuerto! Pantallas apagadas, escáneres fuera de servicio, ventiladores muertos y, por supuesto, adiós al check-in automático.
¿La solución? Muy a la filipina: papel y boli. Nos apuntaron a mano en una lista, ¡y para dentro del avión! Una despedida caótica pero muy en sintonía con la esencia de este país tan impredecible como entrañable.

Reflexión final sobre Corón

Esta zona nos dejó una mezcla curiosa de sensaciones. Por un lado, encontramos una ciudad tranquila, mucho menos masificada que El Nido, con un ambiente más pausado y calles humildes que no han sido engullidas por el turismo. Por otro, vivimos algunos de los paisajes más impresionantes del viaje: el Isla Hoping nos regaló postales de ensueño y los fondos marinos de Siete Pecados nos dejaron boquiabiertos por su vitalidad.
En cuanto al norte de la isla, no pudimos disfrutar de la experiencia que inicialmente habíamos planeado desde casa: ver a los famosos dugones. No fue por falta de oportunidades, sino por una cuestión ética. Después de escuchar relatos de otros viajeros, decidimos no participar en una actividad que no nos generaba confianza ni respeto hacia los animales.
El ambiente general fue difícil de definir. No tenía el bullicio constante de El Nido, ni conservaba el aire local de Port Barton. Es un punto intermedio peculiar, pero que sin duda merece una parada.

¡Nuestra recomendación!

Dedica al menos un par de días para hacer un Isla Hoping y visitar la reserva marina de Siete Pecados. Y si tienes tiempo y ganas de aventura, considera seriamente hacer la expedición: no solo te ahorrarás varias noches de alojamiento, sino que conocerás islotes remotos que no aparecen en los tours tradicionales.

¿Tú también estuviste en Corón o estás pensando en ir? Cuéntanos en los comentarios qué fue lo que más te sorprendió o si te animarías con la expedición hasta El Nido. ¡Nos encanta leeros y compartir experiencias!

¿Qué hacer en Corón?

Imprescindibles

  • Siete Pecados Marine Park: conjunto de islotes con un fondo marino increíble
  • Hacer alguno de los Island Hopping que te comentamos más adelante

Si tienes algo más de tiempo

  • Mount Tapyas: mirador con las letras de Corón y la cruz

Los mejores Island Hopping en Corón

  • Super Ultimate Tour: es el tour más completo que ofrecen en el que verás playas, islotes, snorkel, lagunas…
  • Existen otros tours específicos de playas o puntos de snorkel. En nuestro caso y, a razón del precio el Super Ultimate es el más completo en cuanto a paisajes y actividades

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