


¿Qué esperábamos de El Nido?
Como ya sabíamos por Instagram, los comentarios de amigos y familiares, otros blogs y toda la información que habíamos leído en internet, estábamos a punto de llegar al lugar más famoso y fotogénico de Filipinas: El Nido. Las expectativas sobre este lugar eran un poco contradictorias.
Nos venían a la mente un montón de preguntas que esperábamos poder responder con nuestra propia experiencia: ¿qué tiene El Nido que tanto enamora? ¿Por qué la gente lo valora tan bien? ¿Sus playas serán realmente tan espectaculares? ¿Y sus aguas tan cristalinas como las que vemos constantemente en redes sociales?
Además, a todo esto, se sumaban las preguntas que nos habían ido surgiendo durante nuestro viaje por Filipinas: ¿será un lugar con buenas infraestructuras? ¿Cómo conviven los habitantes con la llegada masiva de turistas? ¿Cuánto habrá cambiado este lugar desde que se volvió tan popular?
Lo que sí teníamos más o menos claro antes de llegar es que este lugar no iba a ser como los anteriores. Esperábamos una ciudad llena de turistas, con ese ambiente de “destino estrella” que muchas veces transforma el lugar más allá de su esencia.
La llegada
No fue, precisamente, nuestra mejor experiencia. Después de un trayecto de unas cuatro horas en una van, compartida con otros tantos turistas como nosotros, llegamos a nuestro destino como sardinas en lata: carreteras infinitas, curvas que mareaban y una primera fila desde la que más de una vez temimos por la conducción.

Al menos ellos van cómodos

¡Los de atrás iban aún peor!
Por fin, llegamos a lo que parecía ser la estación de la ciudad. Allí cogimos un tricycle para llegar a nuestro hotel. Y aquí comenzó el primer contratiempo que, en realidad, nos ayudaría a entender mejor cómo funciona la ciudad: el conductor no tenía muy claro dónde estaba el alojamiento. Tras varios intentos fallidos de explicarnos mutuamente y dar vueltas innecesarias, por fin dimos con la ubicación que el propio hotel nos había enviado por mensaje unos días antes.
Primeras impresiones
Nuestra experiencia inicial aquí marcó, sin duda, el tono de toda nuestra estancia. Por eso, queremos contaros lo que nos ocurrió por si puede serviros en algún momento y porque en los viajes no todo sale bien ni como está planificado.
Habíamos reservado el hotel de El Nido con meses de antelación a través de Booking. Tenía buena puntuación, buenas reseñas y buena pinta. El único “pero” era que para acceder a él había que subir unas 100 escaleras. No nos parecía un problema: las vistas desde allí prometían ser espectaculares.
Unos días antes de llegar, desde el hotel se pusieron en contacto con nosotros para indicarnos cómo encontrar el acceso. Decían que la entrada estaba entre dos establecimientos a pie de playa: ¡hasta aquí, todo genial!.
El día que llegamos, el tricycle nos dejó entre los establecimientos que nos habían mencionado. Uno de ellos estaba cerrado y con pinta de abandonado. En el otro, un estudio de tatuajes, nos indicaron muy amablemente el callejón por el que teníamos que pasar para llegar al hotel. ¡Y ahí empezó el periplo!
Apenas entramos tres metros en aquel callejón sin gente, sin iluminación, con un aspecto muy poco seguro y decidimos volver sobre nuestros pasos. Aquel “callejón” no era una calle; era el acceso a propiedades privadas, con basura, gallinas, ropa tendida y un ambiente que, sinceramente, nos hizo sentir bastante inseguros.
Tras pensarlo unos minutos, decidimos volver a intentarlo, esta vez decididos a llegar al hotel, aunque solo fuese para intentar cancelar la reserva. Volvimos a pasar entre casas, cruzamos incluso lo que parecía un desagüe… hasta que salió a recibirnos un perro. Y no un perro callejero cualquiera, no, ¡un dóberman en plena callejuela!
Nos dimos la vuelta. Pero ya sabéis cómo va esto: no hay dos sin tres. Volvimos a intentarlo, esta vez con la esperanza de, al menos, encontrar la escalera. Tuvimos “suerte”: un niño que jugaba por la zona nos preguntó a dónde íbamos y nos indicó el acceso. Aun así, seguíamos caminando entre casas, por un callejón vacío, sin luz, sin señalización y con esa sensación constante de estar invadiendo una propiedad ajena, era demasiado.
Así que tomamos una decisión: dejar de darle oportunidades y buscar una alternativa. Fuimos a una cafetería cercana, escribimos al hotel para explicar lo sucedido y pedir la cancelación, y buscamos un nuevo alojamiento. La respuesta del hotel fue tajante: “no os estáis alojando porque no os gusta, no hay derecho a cancelación”. Les intentamos explicar la situación real, pero no hubo forma.
También contactamos con Atención al Cliente de Booking, que nos ofreció una pequeña compensación económica que no cubría, ni de lejos, el gasto del hotel ni el nuevo alojamiento que tuvimos que buscar de urgencia.
Por suerte, encontramos un nuevo hotel. No tenía grandes valoraciones, pero fue un acierto: atención amable, habitaciones limpias, más cerca del centro y, sobre todo, en una calle.
(Si quieres asegurarte de no acabar en el mismo hotel que nosotros, o quieres saber cuál fue el nuevo en el que sí estuvimos bien, déjanos un comentario y te lo decimos encantados).
Después del mal trago, nos fuimos a tomar algo a un bar a pie de playa. Cervecita en mano, pies en la arena, barcos fondeados frente a nosotros… y, como si el universo nos guiara, ¡nos volvimos a encontrar con Matias! Sí, el chico austriaco que conocimos en Port Barton. Estuvimos un buen rato charlando, compartiendo experiencias…
Más tarde salimos a buscar un sitio para cenar. ¡Y qué diferencia con otros lugares! Aquí había una oferta brutal: restaurantes, bares, puestos, cócteles, música… ¡El Nido sí que se había rendido al turismo de masas!
Acabamos cenando en una hamburguesería pequeñita, M&W Burger and Pasta House, que nos devolvió el alma al cuerpo con una hamburguesa gloriosa. Nos curó el hambre… y un poquito también la angustia del primer contacto con El Nido.
Recorriendo la zona
El primer día en El Nido fue de recuperación. Teníamos algunas gestiones que hacer y la espalda algo quemada, así que optamos por tomárnoslo con calma: nada de playa, nada de sol, y mucha hidratación.
Una de las prioridades era encontrar una agencia para hacer el famosísimo Island Hopping, así que, después de cambiar de habitación en nuestro alojamiento (una de las condiciones por haber reservado a última hora), salimos a recorrer las calles del pueblo en busca de la mejor opción.
Durante el paseo descubrimos que El Nido tiene dos caras: por la noche, sus calles están repletas de turistas buscando dónde cenar, con luces cálidas, ambiente animado y puestos de recuerdos. Pero por la mañana, todo cambia. Las calles están más vacías, con un aire más tranquilo, algunos turistas desayunando y locales empezando su jornada.

Un paseo por el mercado

Esta tranquilidad engaña por el día

No todo es de película

La ciudad también se relaja por el día
Después de preguntar en varias agencias, elegimos hacer el Tour A, el más popular de todos. Aunque nuestra idea inicial era combinar dos rutas, descubrimos que eso solo era posible si hacías el tour privado… y el precio se disparaba. Así que nos quedamos con este, que incluía snorkel, playas y lagunas. Como casi todas las agencias, incluía comida, guía, chaleco y alquiler opcional del equipo de snorkel.
Ese día lo terminamos con un atardecer en El Nido Beach, una cena de falafel en un local que se anunciaba como el mejor del pueblo (y no decepcionó), y a descansar: al día siguiente nos esperaba un día intenso de mar.

Bonito atardecer

Por la noche las calles cambian

La playa también se anima
El segundo día fue de mar, de descubrir lugares preciosos y conocer gente interesante, la experiencia completa del Island Hopping os la contamos más adelante.
Con el tour ya hecho, decidimos aprovechar nuestro tercer día para explorar por nuestra cuenta las playas cercanas. Cargamos una mochila con lo justo (incluyendo camisetas de snorkel, ya imprescindibles) y salimos a caminar.
El camino fue revelador. Esta vez cruzamos la parte más auténtica de El Nido, aquella que habíamos pasado por alto al llegar. Puestos callejeros, comida local, gente haciendo su compra en el mercado… ¡por fin sentimos que conocíamos la otra cara de la ciudad!
Tras casi una hora de paseo llegamos a una zona que parecía un centro comercial al aire libre, con cafeterías y tiendas. Al final del bulevar estaban las famosas playas: Vanilla Beach, Marimegmeg Beach, y un poco más allá, Las Cabañas Beach.
Decidimos no detenernos en las dos primeras y continuar caminando por la arena hasta Las Cabañas. Allí nos quedamos un rato bajo la sombra, con algún que otro baño para soportar el calor. El sol empezaba a apretar, así que buscamos refugio en uno de los resorts cercanos, donde nos sentamos a tomar algo mientras veíamos a la gente lanzarse en la tirolina que une dos playas.

Lugares menos conocidos

Playas sin masificación
La tirolina no merecía mucho la pena
La experiencia de ver la tirolina era curiosa… aunque, después de observar cómo algunos se quedaban atascados en medio del recorrido, decidimos que sería mejor no probar.
En general, las playas compartían la misma estética: arena blanca, aguas poco profundas y cristalinas, rodeadas de islotes que daban la sensación de estar en un lago inmenso. Antes de volver, hicimos una parada en el McDonald’s para emprender el camino de vuelta.
Tras una ducha y un breve descanso, salimos de nuestro hotel en busca de un sitio para cenar. Justo al salir, vimos a un grupo de locales reunidos bajo unas carpas. Nos acercamos y descubrimos un casino popular, donde jugaban a ruletas con cartas de póker o cubos de colores. Curioso, diferente y muy local; allí no había ni un solo turista.
Paseando de nuevo, nos llamó la atención un bar que ofrecía lechón a pie de playa, pero la chica que lo anunciaba no se molestó en atendernos, así que cruzamos al local de enfrente… y vaya sorpresa: Maa’s Grill. Comimos una sepia a la brasa y panceta de cerdo riquísimas. Nos gustó tanto que repetimos al día siguiente.
Queríamos aprovechar nuestra última jornada, así que pusimos rumbo a la otra playa del pueblo para alquilar un kayak y descubrir por nuestra cuenta algunas playas más escondidas.
Sabíamos que solo se podía acceder en kayak o con tour, así que esta era la mejor opción para nosotros. Caminamos entre callejuelas, pescadores y barcos hasta dar con un pequeño local donde alquilarlo para todo el día.
La travesía fue tranquila y muy agradable. En apenas 20 minutos llegamos a Papaya Beach, prácticamente desierta salvo por otras dos parejas. Nos colocamos bajo un arbusto para tener sombra, pero los mosquitos decidieron acribillar a Ali, así que nos fuimos pronto.
Nuestra siguiente parada fue Lapus Lapus Beach. En solo 10 minutos más de remo llegamos y nos encontramos la playa entera para nosotros. ¡Una gozada! Sin mosquitos y con un entorno de postal.

De postal...

Increíbles paisajes

Si que había playas paradisiacas
Tras unas horas, tocaba volver al hotel, hacer las maletas y preparar todo para el siguiente destino. Pero no sin antes dar otro paseo por El Nido, comprar los billetes para nuestro próximo traslado… y, por supuesto, volver a Maa’s Grill para disfrutar de por última vez de su cocina.
El Island Hopping más popular de Filipinas
Empezamos el día bien temprano: a las 8 de la mañana teníamos que estar en el local donde habíamos reservado el tour el día anterior. Desde allí, cruzamos la trastienda hasta la playa de El Nido, donde nos recolocaron en otro barco (parece que cada grupo iba saliendo con rutas distintas).
A las 9 en punto zarpamos hacia el primer destino. El ambiente en el barco no podía ser mejor: íbamos unas 10 personas, con espacio de sobra, muy cómodos y con compañeros de varias nacionalidades, todos muy majos. El guía se presentó, se llamaba Rio, y también nos presentaron al resto de la tripulación. Desde el primer momento nos sentimos en buenas manos.
Antes de llegar a cada destino, Rio nos daba un pequeño briefing: qué íbamos a ver, cuánto tiempo estaríamos, qué podíamos hacer y algunos consejos para disfrutarlo al máximo.
Primera parada, Ipil Ipil Beach, un punto de esnórquel junto a la costa. Tuvimos unos 40 minutos para bucear rodeados de vida marina. Vimos muchísimos peces y, aunque Rio nos dijo que a veces se dejan ver tortugas, no tuvimos suerte en esta ocasión. Lo mejor: estábamos completamente solos. Ni otros barcos ni otros grupos. ¡Una maravilla!

El barco ya prometía

Lugares increíbles
Tras esta parada fuimos a Seven Commando Beach, donde sí se notaba más afluencia de turistas. Aun así, es una playa preciosa y puedes hacer esnórquel desde la orilla. Tiene un pequeño chiringuito, donde aprovechamos para tomarnos algo y charlar un rato con Rio. Nos contó su historia, nos dio recomendaciones locales para comer buen pescado a buen precio y hasta nos sugirió otros lugares menos turísticos por la zona. Si queréis su contacto, ¡escribidnos!
Después de una horita allí, seguimos hacia Shimizu Island, un grupo de islotes con aguas cristalinas. Aquí nos esperaba el almuerzo. Cuando llegamos, vimos cómo la tripulación descargaba, en kayaks, bandejas, utensilios y hasta una mesa que colocaron en plena playa. En menos de 10 minutos habían montado un buffet de escándalo: pescado a la barbacoa, pollo, noodles, arroz, fruta… ¡una delicia total!

Más turistas pero igual de espectacular

El agua sigue siendo increíble

¡Cogiendo fuerzas en la playa!

Disfrutando de las vistas
Con el estómago lleno y un baño para hacer la digestión, pusimos rumbo a uno de los puntos más especiales del tour: la Secret Lagoon. Como su nombre indica, está escondida entre enormes paredes de piedra, y para entrar tienes que nadar y colarte por un pequeño agujero. Dentro te espera una laguna rodeada de acantilados de más de 5 metros. ¡Impresionante!
Eso sí, aquí hubo un par de cosas que no nos gustaron tanto. Por un lado, antes de entrar al agujero había muchísimas medusas. Los guías nos tranquilizaron diciendo que no eran urticantes y hasta jugaban con ellas, pero aún así impone. Y por otro, la cantidad de turistas. Dentro de la laguna apenas se veían las aguas por la cantidad de chalecos naranjas flotando.
Para cerrar el día, llegamos a la estampa más icónica de El Nido: la Big Lagoon. Aquí es imprescindible alquilar un kayak (por un coste adicional) para poder adentrarte en ella ¡y no lo dudamos! En cuanto remamos hasta el fondo, nos encontramos completamente solos, rodeados de paredes de roca y aguas de un azul intensísimo. Fue uno de esos momentos de silencio que se te quedan grabados para siempre.
Eso sí, ahí sí que nos asustamos un poco: estábamos rodeados de medusas (y estas sí parecían urticantes). Con mucha calma, sin mover demasiado el agua, volvimos poco a poco con el kayak. De camino de vuelta, exploramos un recoveco entre rocas que nos llevó a una mini laguna escondida. Salir de ahí fue toda una aventura… ¡nos tuvimos que ayudar con las manos y las paredes de roca para darnos la vuelta!
Tras unas 7 horas de ruta por islas, playas, lagunas y puntos de esnórquel, el tour terminó. Volvimos a la playa de El Nido, donde nos despedimos de la tripulación, del guía y de los compañeros con los que habíamos compartido una experiencia inolvidable.

Esto ya no es tan bonito

Disfrutando de un paseo en kayak (con coste adicional)

Esto nunca se vacía

Esta es la realidad
El punto final en esta ciudad
Salimos de El Nido en dirección a nuestro último destino en la isla de Palawan. Existen varias formas de hacerlo, pero nosotros optamos por un barco directo a Corón. El trayecto duró unas 4 horas y, aunque fue largo, resultó bastante cómodo.
Durante el viaje, no pudimos evitar pensar en la otra opción más aventurera que muchos viajeros eligen: la expedición en barco entre El Nido y Corón. En ese momento no nos animamos a hacerla porque no sabíamos muy bien qué esperar, pero, como veréis en nuestra próxima entrada, en Corón volvimos a coincidir con Matias (sí, el mismo que conocimos en Port Barton y con el que coincidimos aquí) y nos contó su experiencia. Y la verdad… nos hizo replantearnos si no habríamos vivido algo aún más especial de haberla hecho.
Reflexión final sobre El Nido
Sabíamos que nos adentrábamos en uno de los lugares más turísticos de Filipinas, especialmente popular entre viajeros occidentales. Aun así, nos sorprendió la cantidad de gente recorriendo sus calles, especialmente teniendo en cuenta que no estábamos en temporada alta.
La experiencia con el primer alojamiento no fue la mejor, más bien todo lo contrario, pero, como siempre, intentamos no dejar que eso marcara nuestra vivencia. Nos esforzamos por disfrutar del entorno y podemos decir, sin duda, que este es un destino imprescindible en cualquier viaje por Filipinas.
En cuanto al ambiente, El Nido Town ha sido totalmente transformado por y para el turismo. Todo está adaptado al visitante, desde los menús hasta los precios; esta desconexión con lo local nos decepcionó un poco. Pero si caminas un poco más allá del centro, descubrirás otra cara: mercados, puestos callejeros y un día a día mucho más auténtico ¡merece la pena dedicarle al menos un ratito!
Las playas, los islotes, los paisajes de película y los atardeceres inolvidables siguen estando ahí. Y sí, son tan espectaculares como en las fotos. Pero nuestra conclusión es clara: El Nido es para visitarlo, disfrutarlo… y equilibrarlo con otros lugares donde Filipinas se muestra con menos filtros y más esencia.
¡Nuestra recomendación!
Si tienes poco tiempo, no dediques tantas noches como hicimos nosotros. Con dos o tres es suficiente para hacer un tour, relajarte en alguna de sus playas y darte un paseo por sus calles. Si puedes alargar tu estancia, aprovecha para explorar más allá del centro y descubrir su lado menos turístico o hacer la expedición a Corón.
Respecto a los tours: el Tour A es un imprescindible, no puedes irte sin ver el Big Lagoon; si puedes añadir otro, el Tour C también es una gran opción. En cambio, el Tour D lo dejaríamos fuera, ya que con un poco de esfuerzo en kayak puedes llegar a playas igual o más bonitas sin depender de nadie.
¿Y tú, también has caído rendido ante los paisajes de El Nido o te llevaste alguna sorpresa inesperada como nosotros? Cuéntanos tu experiencia en los comentarios, ¡nos encantará leerte!
¿Qué hacer en El Nido?
Imprescindibles
- El Nido Beach: seguramente te alojarás cerca de esta playa. No es la más bonita ni espectacular, pero tiene un atardecer bonito que puedes acompañar tomándote algo
- Papaya Beach: playa paradisíaca poco masificada. Solo se puede llegar en un tour o en kayak
- Lapus Lapus Beach: playa paradisíaca que tendrás para ti solo. Solo se puede llegar en tour o en kayak.
- Island hopping: elige al menos uno de los que te indicamos más abajo o créate uno por tu cuenta hablando con los locales (algo más riesgoso)
Si tienes algo más de tiempo
- Marimegmeg Beach: playa con demasiados resortss
- Las Cabañas Beach: playa más natural y cercana a la anterior. Aquí está la famosa tirolina de isla a isla
- Hay otras playas más alejadas de El Nido como Lio Beach, que dependiendo tu tiempo y las ganas podrías visitar
Los mejores Island Hopping en El Nido
- Tour A, la excursión de las lagunas: este es el tour más completo y nuestra recomendacion. Es un imprescindible
- Tour B, el tour de las cuevas: en él encontrarás algunas cuevas, lenguas de arena, playas… Será uno de los más instagrameables; pero creemos que se queda corto con la enorme oferta que hay
- Tour C, el mejor para tour del snorkel: en este visitarás distintas islas con buenos puntos de snorkel, aunque no creemos que mucho mejores que los del tour A
- Tour D, el tour de las playas: con este visitarás distintas playas que son menos conocidas y por tanto menos masificados; aunque dejarás de visitar lugares icónicos como la Blue Lagoon