Siargao, la isla surfera de Filipinas

¿Qué esperábamos de Siargao?

Cuando empezamos a trazar nuestra ruta por Filipinas, hubo un destino que se coló en la lista sin apenas esfuerzo: Siargao. No sabíamos muy bien por qué, pero tenía algo especial; algo que, sin haberla pisado, ya nos atraía con fuerza. Lo curioso es que, aunque no hemos tocado una tabla de surf en nuestra vidaEsta isla se ganó un lugar importante en nuestro viaje. Sí, preferimos el buceo, y no, esta isla no es precisamente conocida por sus puntos de inmersión. Entonces… ¿por qué tanta insistencia?
Porque la vibra que transmitía en fotos, en relatos de otros viajeros, en cada pequeño fragmento que leíamos sobre ella… era distinta. No queríamos simplemente visitarla, queríamos sentirla, vivirla; y para eso, sabíamos que necesitábamos tiempo. No un par de días de paso, no una visita exprés para sacarnos la foto típica. Siargao se merecía más. Y con esa idea en mente, hicimos las mochilas y apuntamos directo al este de Filipinas, a descubrir si todo eso que prometía era real… o solo un espejismo isleño.

La llegada

Nuestro destino se encontraba en el este de Filipinas, en la región de Mindanao, algo más apartada del circuito turístico clásico. De hecho, está tan alejada que casi seguro que vas a llegar y salir de la isla en avión. Las conexiones principales son desde Cebú o Manila, así que tus opciones no son muchas… pero, una vez aterrizas, todo empieza a fluir. Nosotros llegamos en avión (aunque nos iríamos en barco, pero esa ya es otra historia).
Al salir del pequeño aeropuerto, no hay pérdida: una fila de vans compartidas espera a los recién llegados. Por una cantidad razonable por persona te llevan directamente a tu alojamiento, aunque muchos hoteles también ofrecen su propio transporte. Nuestro hotel estaba situado en la zona sureste, como la mayoría de los alojamientos en Siargao; lo más probable es que termines en General Luna.
Este el corazón turístico de la isla, donde están los bares, los hostels, los hoteles, las tiendas de alquiler de motos, las tiendas de tours… Pero nosotros decidimos dar un paso al lado y nos alojamos cerca, pero no justo en el centro, para evitar el bullicio constante y la concentración de turistas. En su lugar, encontramos una villa tranquila, con cocina y todo lo necesario para sentirnos como en casa, aunque luego no sería tan buena idea.

Primeras impresiones

El camino hacia nuestro alojamiento nos regaló una primera sorpresa inesperada. Sin buscarlo, nos topamos de frente con uno de los puntos más icónicos de la isla: el Coconut Plantation View. Allí, en medio de la carretera, con motos y coches pasando en ambos sentidos, se abría ante nosotros un valle interminable cubierto de palmeras. Nos prometimos volver con calma y en condiciones, en cuanto tuviésemos coche para movernos por la isla. Ese día, como todavía no teníamos muy claro cómo organizaríamos los próximos días y la otitis de Ali seguía sin dar tregua, decidimos tomárnoslo con calma y quedarnos por los alrededores del hotel.
Encontramos un chiringuito a pie de playa que nos pareció perfecto para empezar a saborear Siargao sin prisas. Nos sentamos frente al mar, pedimos un zumo natural y, sí… palomitas. Un combo peculiar, pero no preguntéis por qué: nos supo a gloria. Con el atardecer ya encima, fuimos a cenar a un pequeño sitio de shawarmas que nos habían recomendado. ¡Todo un acierto! Tan bueno estaba, que decidimos repetir otro día más durante nuestra estancia. Si os apetece probarlo, dejadnos un comentario y os compartimos el nombre del sitio con gusto.
Con el estómago lleno y las pilas recargadas, cerramos ese primer día en la isla con una idea clara: al día siguiente, tocaba madrugar… ¡y explorar!

Recorriendo Siargao

Nuestro primer día completo lo arrancamos con una misión clara: conseguir un coche para poder movernos por la isla a nuestro ritmo. Antes de ponernos a buscar en serio, hicimos una parada estratégica en Shaka, un local junto a Cloud 9 que ya nos habían recomendado. No íbamos a surfear (al menos no todavía), pero desayunar un bowl de frutas viendo el mar y a los surfistas en acción sonaba como el mejor inicio de jornada. Aunque ese día el océano estaba bastante calmado y nos quedamos solo con el bowl. Con un café en mano y el estómago feliz, empezamos a preguntar en distintas tiendas los precios de alquiler de coches. 

Después de varios intentos fallidos por WhatsApp y comparando tarifas que nos parecían algo infladas (más aún tras lo vivido en Siquijor), encontramos una pequeña agencia de tours donde el trato fue tan bueno como el precio. Alquilamos con ellas y quisimos reservar un tour (no el Tri-Island, excesivamente masificado) para el día siguiente de dejar el coche. Lo mejor fue que las chicas nos explicaron cómo hacerlo por libre para que saliera más económico y, además, en exclusiva. Aunque al final no pudimos hacerlo por varios motivos, la otitis de Ali, el clima y una recomendación que más tarde cambiaría nuestros planes, si queréis los detalles de cómo hacer este tour por vuestra cuenta, dejadnos un comentario y os lo contamos encantados.
Ese primer día sin el coche lo usamos para tomárnoslo con calma: exploramos General Luna, disfrutamos de su vibra relajada, cafés, alguna que otra tienda, Pablo aprovecho para cortarse el pelo… lo justo para cargar pilas antes de lanzarnos a la carretera.
A la mañana siguiente, madrugamos para recoger el coche y arrancar nuestra ruta. Nuestro primer destino fue ese mirador que habíamos visto el día de llegada desde la van: Coconut Plantation Viewpoint. A pesar del tráfico, logramos parar cerca, y el paisaje mereció cada esfuerzo. Un valle de palmeras infinitas, y los famosos “human drones” ofreciendo vídeos desde las alturas; aunque el hormigón de la carretera no es lo más bonito, las vistas lo compensan todo.

Con el subidón visual, seguimos hacia la carretera de las palmeras, esa imagen tan viral que seguro habéis visto en Instagram. Curiosamente, el primer comentario de Pablo fue: “hemos pasado por tramos con más palmeras”. Y sí, era cierto. Así que decidimos dejarla pendiente para volver otro día con más calma (o mejor luz para las fotos). Avanzando por la carretera, sin querer pasamos uno de los puntos recomendados en muchos blogs: Maasin River Bridge, aunque no lo reconocimos ya que era un puente metálico sin nadie saltando de él.
Nuestro siguiente intento fue Magpupungko Rock Pools, un lugar del que habíamos leído maravillas y la realidad fue otra: puestos por todos lados, turistas en procesión hacia las piscinas y una marea aún alta que obligaba a mojarse hasta la cintura. Lo vimos desde lejos y decidimos no participar en aquel caos. Aun así, pagamos las tasas y nos fuimos con algo de decepción por no haber visto nada.
Por suerte, el siguiente lugar nos devolvió la sonrisa: Stairs of Heaven. Nos desviamos de la carretera principal y llegamos a una playa prácticamente vacía. Dos caminos: uno hacia una playa con locales disfrutando en familia, y otro hacia unas misteriosas escaleras. Como buenos aventureros, seguimos este último y, aunque Ali acabó con las zapatillas empapadas entre las rocas por intentar llegar a las escaleras con la marea alta, el sitio nos encantó. Tranquilo, auténtico, sin fees y sin rastro de masificación.
Ya con el corazón contento, seguimos hacia Pacífico, la meca del surf en Siargao. Nos pasamos la entrada, dimos media vuelta y llegamos a una playa inmensa, pero sin olas. Allí unos locales nos ofrecieron clases de surf, pero decidimos observar primero ¡y menos mal! Porque el mar seguía tranquilo, así que nos sentamos a tomar una cerveza fresquita; como no lo veíamos claro, dejamos la idea para otro momento.

Para cerrar el día, teníamos reservada una mesa en un lugar muy especial: Izustarri, un restaurante español del que habíamos oído hablar por Instagram ¡y vaya acierto! Borja, su dueño, nos recibió como si nos conociera de toda la vida y nos sentamos a comer una ensaladilla y un arroz espectacular (aunque no el del senyoret que habíamos planeado). Acabamos compartiendo sobremesa con sus padres, con los que surgieron conversaciones y conexiones inesperadas. Fue uno de esos momentos que no planeas, pero que se quedan contigo. Y como en las buenas historias, la cosa no acabó ahí. Quedamos con unas chicas para una excursión al día siguiente, Borja nos prometió buscar los ingredientes para el arroz del senyoret y todo eso daría pie a un nuevo día cargado de anécdotas, curvas y más descubrimientos.

Al día siguiente, el cielo amaneció cubierto, pero eso no detuvo nuestras ganas. Habíamos quedado con las chicas para hacer ese isla hopping “secreto” que Borja nos había recomendado y que prometía alejarse del típico tour Tri-Island. Condujimos hacia el oeste de la isla mientras caían algunas gotas y el viento agitaba las palmeras. El pueblo donde debíamos encontrarnos era pequeño, sin grandes alicientes a primera vista, pero tenía ese encanto de lo sencillo.
Finalmente, cuando llegaron, intercambiamos impresiones, miramos al cielo, al mar… y tomamos una decisión conjunta: no era el mejor día para lanzarse a la aventura en barca. Así que, tras una buena charla que terminó en abrazos y promesas de volver a vernos, nos separamos. Aunque nosotros no pudimos disfrutarlo, las fotos que Borja nos enseñó parecían espectaculares; así que si queréis saber más sobre este isla hopping fuera de los circuitos turísticos, ya sabéis, dejadnos un comentario y os contamos encantados cómo hacerlo.
Justo en ese momento, recibimos el mensaje más esperado: “¡Tengo todos los ingredientes para vuestra paella!” Borja cumplía su promesa y nosotros ya teníamos plan para comer.
Aún era pronto, así que decidimos aprovechar la ruta y visitar algunos puntos del norte de la isla. Nuestra primera parada fueron las Tak Tak Falls, una cascada modesta pero encantadora; no vimos casi turistas, solo algunos niños locales que saltaban al agua desde las rocas con una alegría contagiosa. Continuamos el recorrido con el cielo algo más despejado, y aunque no bajamos del coche por la lluvia en Tangbo Beach, seguimos con rumbo firme hacia nuestro destino favorito de ese día: Alegria Beach.

Cuando llegamos… ¡wow! Arena blanca, agua turquesa, silencio… Usamos el truquito que nos habían contado para entrar sin pagar, y allí, entre un mango shake y un coco bien fresco, nos reconectamos con esa versión de Filipinas que tanto nos gusta: tranquila, natural, sin gente.

Teníamos el tiempo justo para visitar y luego disfrutar de nuestra segunda comida en Izustarri. Así que, por el camino pasamos junto a playas como Pasikon Beach o Bay Bay Beach, que se veían igual de vacías y apetecibles ¡apuntadas para una futura visita! E hicimos una breve parada en el mirador de Burgos Coastline, donde los acantilados caen al mar en una postal de contrastes verdes y azules.
En el restaurante, Borja nos recibió con la misma sonrisa del día anterior. Repetimos la ensaladilla (¡porque estaba de locos!) y esta vez sí, el arroz del senyoret fue el protagonista de la mesa. Mientras comíamos, compartimos más historias, esta vez sobre la isla, el negocio, su experiencia durante el tifón Rai de 2021… y lo que significó empezar de nuevo. Sus palabras nos impresionaron: olas de más de 9 metros destruyeron todo, pero ahí estaban, reconstruyendo con más fuerza que nunca.

Antes de marcharnos, Ali le preguntó por tatuadores de línea fina en la isla. Y, cómo no, Borja también tenía la respuesta perfecta. Nos pasó el contacto de un estudio que, según él, era el mejor de Siargao y ahí empezó otro plan que sellaría este viaje para siempre… 
En el camino de vuelta entre carteles de ¡peligro cocodrilos! Encontramos Paghungawan Marsh, una zona de manglares con plataformas de observación. Leyendo sobre si existían realmente cocodrilos en esta isla, descubrimos que no hay cocodrilos en esta isla, sino que hace algunos años, el gobierno decidió introducir algunas especies para ver si ser reproducían en este entorno. La pregunta de si hoy hay cocodrilos, nosotros no sabemos la respuesta solo sabemos que nosotros no los vimos.

Este día teníamos que entregar el coche sobre las 10 de la mañana; pero antes teníamos que madrugar y acercarnos a los dos puntos más icónicos o de los más «instagrameados». Así lo hicimos, nos levantamos temprano y empezamos por el Coconut view v1, la carretera de las palmeras que tenía 4 palmeras (es broma). Este punto, es un trozo de carretera como el que encontrarás en cualquier otro sitio de la isla o de Filipinas; pero su vista desde el aire es la que cautiva. Quizás por eso, tampoco nos encontramos grandes aglomeraciones de turistas en este lugar.

El segundo punto fue Coconut Plantation View Point, en exclusividad sin turistas para nosotros. Pudimos observar la magnitud de aquel mirador observados por los “Human Drone”. Y como no podíamos irnos de Filipinas sin probar la eficacia de estos, aquí nos hicimos un video con uno de ellos. Aunque Ali no paraba de partirse de la risa y es que con razón porque si verlo en acción para otros es una locura, para ti se convierte en algo mucho más surrealista.

Ya sin coche, fuimos en busca del estudio de tatuaje. Cuando llegamos nos recibió un chico del equipo, muy amable y con un porfolio que quitaba el hipo; después de contarle lo que queríamos, nos dijo que volviésemos en unas horas porque los artistas estaban en un evento en la playa. Aunque la espera no fue lo ideal, teníamos claro que queríamos hacérnoslo ahí, así que nos lo tomamos con filosofía y aprovechamos ese tiempo para pasear, comer algo y seguir disfrutando del ambiente relajado.
Ya por la tarde, nos acercamos al Catangnan-Cabitoonan Bridge para ver el atardecer. Y aunque no es el típico sunset frente al mar, el reflejo dorado sobre los manglares y la mezcla de turistas, locales, puestos de comida y música suave de fondo le daban un encanto especial. Nos sentamos en el borde del puente, con una cerveza fría en la mano, observando cómo el sol se escondía tras las copas de los árboles. Fue uno de esos momentos donde entiendes por qué esta isla enamora a tanta gente. Cuando el sol se apagó, volvimos caminando hasta el estudio. Esta vez sí, todo estaba listo. Nos enseñaron los diseños, ajustamos un par de detalles y… ¡todo listo para el día siguiente!
Nuestro último día en la isla amaneció con esa mezcla agridulce que aparece cuando sabes que algo especial está a punto de terminar. Aun así, decidimos aprovechar cada minuto. El plan era claro: regresar a aquel rincón que habíamos descubierto por casualidad junto a los manglares.
Volvimos caminando por esa carretera que parecía no llevar a ningún sitio, bordeando villas escondidas entre la vegetación. Y al final del camino, como si la isla quisiera regalarnos una despedida tranquila, nos recibió de nuevo Malinao Beach, solitaria y en calma. La marea estaba baja aún así, los manglares desembocaban directamente en un mar transparente que parecía una piscina natural. Nos sentamos en la arena, dejamos pasar el tiempo sin prisa y simplemente nos dejamos llevar. Después de un buen rato allí, regresamos a nuestra villa para ducharnos, terminar de hacer la mochila y cerrar este capítulo como se merecía.

¡A tatuarse! Lo primero que nos llamó la atención fue que los hicieron a la vez, cada uno con un artista distinto, lo que le dio aún más personalidad a cada uno. El trato, la higiene y el mimo con el que trabajan hicieron que la experiencia fuera perfecta. Y los resultados…¡fueron geniales! Con nuestra piel recién tatuada, una sonrisa enorme y la certeza de que aquel recuerdo ya no se borraría, volvimos a la villa a preparar las mochilas

El punto final en esta isla

No sabemos si fue porque nuestro siguiente destino era, cuanto menos, peculiar… o porque Siargao nos había robado un pedacito de alma. Pero salir de esta isla fue todo un reto; y no hablamos solo en lo emocional (que también), sino en lo logístico.
Lo más fácil, lo que hace casi todo el mundo, habría sido tomar un vuelo directo a Cebú y olvidarse. Pero claro, nosotros teníamos otros planes: coger un ferry que nos llevara hasta la isla de Mindanao, una de las más grandes de Filipinas. El barco salía del puerto de Dapa, a las seis de la mañana. Fácil, ¿verdad? Pues no.
Un par de días antes, nos acercamos al puerto para comprar los billetes con antelación y asegurarnos transporte para aquella hora tan intempestiva. Y allí nos llevamos dos sorpresas: la taquilla no estaba abierta hasta una hora antes de la salida del ferry (o sea, a las cinco de la mañana) y no había ni un solo tricycle dispuesto a recogernos tan temprano, por mucho que estuviéramos dispuestos a pagar. ¿Demasiado pronto?
Sin billetes ni transporte, decidimos buscar soluciones en General Luna. Fuimos directos a la agencia donde habíamos alquilado el coche: no ofrecían ese servicio. Probamos en un par más, con la misma respuesta. ¿De verdad era tan difícil salir de esta isla? Justo cuando pensábamos que nos tocaría plantarnos a las cinco de la mañana en medio de la carretera a hacer autostop, entramos en una pequeña agencia sin muchas expectativas; pero ahí cambió todo. El dueño, con una sonrisa y sin promesas, nos dijo que, aunque ellos no solían gestionar eso… nos iba a hacer el favor. Y vaya si lo hizo.
En pocos minutos, teníamos gestionado el ferry, el tricycle y todo por un precio más que razonable. Pagamos, sin ningún justificante más que una foto a un papel arrugado, y nos fuimos con la esperanza de que, por arte de magia, todo funcionara. Y así fue. A las cinco en punto, el tricycle nos estaba esperando en la picó en la puerta de nuestra villa. Nos llevó al puerto, nos sacó los billetes, nos pagó las tasas… y casi hasta nos acompañó hasta nuestros asientos en el ferry ¡Eficiencia total!
Así, con el cuerpo aún medio dormido y la mochila cargada de recuerdos, dejamos atrás Siargao. Una isla que, sin olas ni surf para nosotros, nos ofreció una experiencia mucho más profunda que cualquier tabla sobre el agua.

Reflexión final sobre Siargao

La isla del surf… que se quedó con nosotros para siempre. Siargao fue mucho más que una parada en nuestro itinerario. Fue una isla que nos abrazó con su energía, nos regaló momentos únicos y nos enseñó una parte de Filipinas que, aunque diferente, sentimos profundamente auténtica. Aquí encontramos playas de ensueñoatardeceres de postal, rincones escondidos que parecían sacados de una película y personas que no solo recordaremos, sino que ya forman parte de nuestra historia.
La historia de superación de la isla tras el tifón del 2021 nos dejó sin palabras. Ver cómo la vida sigue, cómo sus gentes sonríen con ganas, cómo te reciben con los brazos abiertos… nos reconectó con la esencia de Filipinas. Y aunque no sea un paraíso del buceo, sabemos que volveremos. Volveremos para explorar más el norte, para ver ese atardecer que se nos resistió, para dar el salto y probar el surf, para repetir en ese sitio de shawarmas tan top o volver a disfrutar de la paella del Izustarri con Borja.
Porque Siargao es una isla que no necesita hacer ruido para quedarse contigo.

¡Nuestra recomendación!

Esta isla merece algo más de dos días; no solo si haces surf. Explorará con calma y no te quedes solo en la parte de General Luna. El norte de la isla te sorprenderá con acantilados de escándalo y en el sur de la isla encontrarás playas paradisiacas unidas a manglares. No te quedes solo en los Isla Hopings más conocidos, explora aquellos que todavía no están masificados. Por supuesto, si tienes ganas de probar nuevas experiencias, haz surf en alguno de sus puntos más conocidos como Pacífico o Cloud 9. Y si te apetece comida española, no lo dudes, visita el Izustarri.

¿Recomendamos venir? Sin duda. ¿Volveríamos? Sin pensarlo dos veces.

¿Qué hacer en Siargao?

Imprescindibles

  • General Luna: esta calle llena de vida será, casi seguro, el lugar de tu alojamiento, así que te ofrecerá todo lo necesario para pasar un ratito con sus tiendas, cafeterías y restaurantes
  • Cloud 9: uno de los puntos por excelencia para practicar el surf en la isla
  • Coconut Plantation View Point: mirador a un valle repleto de palmeras y disfrutar de los “human-drones” trabajando
  • Coconut view v1: carretera de las palmeras
  • Paghungawan Marsh: mirador al lago de los cocodrilos
  • Stair of Heaven: playas locales en las que en una de ellas tienes acceso a una formación rocosa a través de unas escaleras, ir en marea baja para poder subir
  • Pacífico Beach: paraíso del surf en Siargao, tanto si quieres practicarlo como si quieres relajarte viendo cómo lo practican
  • Pasikon Beach o Bay Bay Beach: playas sin masificación turística en el Pacífico
  • Alegría Beach: la playa más bonita de Siargao
  • Malinao Beach: playa donde desembocan los manglares

Si tienes algo más de tiempo

  • Catangnan-Cabitoonan Bridge: acércate a este puente para ver un atardecer animado y diferente
  • Maasin River Bridge: puente que atravesarás seguro, en el que igual puedes ver a niños locales jugando
  • Magpopongko Rock Pools and Flats: playa con piscinas naturales cuando baja la marea y formaciones rocosas en torre (muy masificada)
  • Burgos Coastline viewpoint: mirador al océano Pacífico con acantilados
  • Tangbo Beach: playa parecida a Alegría Beach; pero para nuestro gusto peor
  • Taktak Falls: bonitas cascadas para relajarte

Los mejores island-hopping de Siargao

  • Tri-Island (combinado o no con Corregidor): experiencia muy masificada, si lo haces, asegúrate de ir temprano
  • Land Tour: experiencia diferente en la que encontrarás playas escondidas y manglares. Dejadnos un comentario y os contamos cómo hacerlo por libre
  • Nuestro Secret Tour: este tour no lo encontrareis en agencias; es algo muy de la gente local y su experiencia te llevará a islas paradisiacas para ti solo. Dejadnos un comentario y os contamos cómo hacerlo

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