¿Qué esperábamos de las Gilis?
¿Cómo las isla Gili estraron en. nuestros planes? Teníamos bastante clara nuestra ruta por Indonesia. Al menos, lo suficiente como para saber qué zonas podíamos explorar durante los dos meses que estaríamos aquí. Pero había algo que nos rondaba la cabeza constantemente…
¿En qué momento íbamos a parar de verdad y disfrutar de un día de playa tranquilo? ¿Cuándo nos bañaríamos en una playa sin surfistas a nuestro alrededor? ¿En qué momento íbamos a tener algo de slow travel?
Y así fue como descubrimos las Gili. Tres islas diminutas, ubicadas entre Bali y Lombok, de las que solo sabíamos que podíamos llegar en barco desde Bali, Nusa Penida o Lombok. Lo más curioso de todo: en estas islas no hay vehículos a motor. Los únicos medios de transporte son caminar, ir en bici… o en carro tirado por caballos. Sonaba exactamente a lo que necesitábamos. Sí o sí, teníamos que parar aquí.
La llegada
En nuestro caso, llegar a las Gilis fue relativamente sencillo, ya que estábamos alojados en Senggigi. Desde allí, fuimos a uno de los muchos puestos que ofrecen paquetes de shuttle bus + barco para llegar a las islas, y lo contratamos directamente. El puerto de salida está en Bangsal, pero si estás en Kuta (Lombok), también encontrarás muchas opciones similares (eso sí, un poco más caras).
Otra alternativa es ir desde Bali o Nusa Penida; aunque varios viajeros que conocimos nos hablaron de auténticas pesadillas: navegando con fuertes marejadas, gente vomitando, barcos parados… Así que, sinceramente, nos alegramos de haberlo hecho desde Lombok.
Nuestra experiencia fue esta: contratamos un shuttle bus + barco por un precio bajísimo (demasiado bueno para ser verdad, pensábamos). A las 8 de la mañana del día siguiente estábamos listos con las mochilas en la puerta del hotel… y allí no aparecía nadie. Pero, media hora después, llegó un minibús. Ya había más gente dentro, y no sabíamos muy bien cómo íbamos a encajar todos con maletas incluidas, pero al final entramos.
Después de una hora de trayecto, llegamos a lo que parecía una cafetería. El conductor nos indicó (como pudo, porque apenas hablaba inglés) que debíamos esperar allí. Nosotros, junto a otros siete turistas, bajamos sin entender del todo qué pasaba. Luego nos dijeron que teníamos que acercarnos a una caseta para el billete del barco… ¿pero no lo habíamos pagado ya todo? Confusión general.
Finalmente, entendimos que solo teníamos que indicar a qué Gili nos dirigíamos. Un chico se acercó y dijo: “los que vais a Gili Meno o Gili Air, venid conmigo”. Y allá fuimos. Nos llevó caminando por el puerto, primero al punto de salida hacia Gili Meno, y luego al de Gili Air. Bueno… puerto. Lo que hicimos fue esperar en la playa, porque el barco era público y salía desde ahí mismo.
Y ahí entendimos por qué el billete había sido tan barato. El trayecto fue… movido. Pero por suerte solo duró unos 20 minutos. Al llegar a Gili Air, esta vez sí, desembarcamos en un pequeño muelle. Solo nos quedaba una misión: llegar al hotel y empezar a disfrutar.


Primeras impresiones
Nada más salir del pequeño puerto, ya empezamos a percibir el ambiente especial de las Gilis. No había 200.000 drivers persiguiéndonos para ofrecernos transporte (como en tantos otros sitios de Indonesia). Aquí, el recibimiento fue diferente: unos pocos caballos tirando de carretas tipo calesa, tranquilos, esperando a que alguien los necesitara. Y, lo mejor de todo, sin agobios.
Empezábamos a respirar el ambiente que tantas veces habíamos leído y que tanto esperábamos de estas islas: ritmo pausado, aguas cristalinas, arena blanca, mar en calma y ningún vehículo a motor a la vista, pero… ¡espera! ¿Ninguno? Bueno, no exactamente. Lo que sí había eran unas motos eléctricas, una especie de híbrido entre patinete y motillo que rompía un poquito el ideal, pero sin llegar a molestar.
Por delante nos esperaban casi 10 días entre estas tres islas minúsculas para conocerlas a fondo, explorar cada rincón… y, sobre todo, disfrutar al fin de ese paraíso tranquilo que tanto habíamos buscado en el viaje.
Explorando Gili Air
Nuestra primera parada fue Gili Air, donde nos alojamos en un hotel sencillo, pero muy curioso, situado justo en el centro de la isla. Esta ubicación fue clave para movernos con facilidad a cualquier punto sin depender de nada ni nadie. Nada más bajar del puerto, vimos a los típicos caballos con carros que hacen de taxi local… pero, como no compartimos este tipo de prácticas, decidimos ir caminando con nuestras mochilas al hombro. Total, las distancias en la isla son mínimas.
Ya en el hotel, la habitación aún no estaba lista, así que nos fuimos a explorar callejuelas en busca de una cafetería agradable para pasar el rato. Lo bueno de estar en las Gilis es que no hay prisa para nada. Aquí se viene a desconectar. Cuando por fin tuvimos la habitación, dejamos las cosas, y ya teníamos el siguiente objetivo claro: comer. Ali había fichado un italiano de camino al alojamiento y no dudamos ni un segundo. Spoiler: ¡estaba espectacular! Así que si queréis el nombre del lugar dejadnos un comentario.
Después de comer, nos echamos una siesta de campeonato y sobre las cinco salimos a ver nuestro primer atardecer en la isla. Paseamos tranquilamente por los caminos de arena hasta llegar a una zona de playa llena de restaurantes. Desde barbacoas con pescado fresco hasta pizzerías a pie de mar. Acabamos cenando en una que ya conocíamos de Kuta Lombok. Fácil y sin complicaciones.





Al día siguiente, Pablo ya había fichado un sitio top para desayunar. Caminamos hasta una cafetería con una pista de pádel al lado (¿por qué no?), y ahí desayunamos viendo a unos chicos jugar. Luego sí: tocaba bici. Fuimos a la zona conocida como “Turtle Point”, pedimos un zumo bien fresco y nos lanzamos al agua a hacer snorkel.






El snorkel… bueno, no estuvo mal, pero veníamos de bucear en sitios espectaculares y eso pone el listón altísimo. Había mucha gente, incluso de otras islas y los corales no estaban en su mejor momento. Aun así, vimos una tortuga (rodeada de 15 personas) y eso siempre suma. El sol apretaba fuerte, así que decidimos volver al hotel, ducharnos y seguir el día entre cafeterías.
Esa noche, decidimos ir a un espectáculo de fuego del que habíamos oído hablar. Llegamos con tiempo, tomamos unas cervezas con vistas al Rinjani y esperamos. El show… bastante flojito, pero lo más curioso fue que, al acabar, la parte techada del local se convirtió en una discoteca improvisada. Aun así, supimos retirarnos a tiempo.



A la mañana siguiente, repetimos la rutina: bici y desayuno en una cafetería tranquila. La idea era volver a hacer snorkel en otra zona de la isla, pero entre la otitis de Ali (que volvía a molestar) y la cantidad de gente en la playa, decidimos que era mejor quedarnos fuera del agua.
Eso sí, como el lugar era precioso, se nos ocurrió la gran idea: ir a por los ordenadores y trabajar un rato desde ahí. El plan sonaba bien, pero llevar los portátiles por caminos de arena con bici… fue otra historia. Las ruedas se atascaban en la arena y avanzar era un suplicio. Y cuando por fin nos sentamos a trabajar, se levantó un viento tremendo que hacía casi imposible concentrarse. El lugar ideal se convirtió en un pequeño caos.
Al final comimos ahí, y luego nos fuimos a buscar otro sitio donde sí pudiéramos trabajar en condiciones. Fue así como descubrimos una cafetería muy agradable que acabaría siendo nuestro último desayuno antes de irnos. Esa noche, volvimos a ver el atardecer en uno de los spots que habíamos fichado el primer día. Cervecitas, buena conversación y, lo que parecía un cierre tranquilo, acabó torciéndose un poco: entramos en una especie de “discoteca” donde el ambiente era… cuanto menos curioso. Gente muy pasada, un rollo algo turbio. Tomamos una cerveza y nos fuimos rápido.
A la mañana siguiente, con un poco de resaca y el cuerpo pidiendo cama, tocaba preparar mochilas y subirnos al barco que nos llevaría a la siguiente isla: Gili T.
Conociendo Gili Trawangan
A la mañana siguiente, cogimos un barco privado a las 11 que nos llevaría a Gili Trawangan. El trayecto fue rápido y compartido con otra pareja que paró en Gili Meno. Nosotros aún teníamos una última parada: la isla más animada de las tres.
Nada más llegar al puerto de Gili T, el ambiente ya se notaba distinto: más movimiento, más música, más vida. Caminamos con nuestras mochilas hasta el hostel, donde nos esperaba una cabañita preciosa y un ambiente muy especial. Cada noche había “family dinner” con comida indonesia, tacos o pizza, y luego… juegos para beber. ¡Sí! Gili T tiene una energía muy distinta. Aquí la fiesta tiene peso, pero también descubrimos rincones llenos de calma, naturaleza y buenos momentos.
Nuestros planes aquí, sin embargo, no salieron como esperábamos. La temida otitis de Ali volvió a aparecer y tuvimos que frenar un poco el ritmo. Aun así, exploramos distintos lugares de la isla, trabajamos en espacios espectaculares con vistas al mar, y Pablo, por supuesto, aprovechó para bañarse, ver tortugas y disfrutar de los corales.









Los días se nos pasaron entre paseos en bicicleta, algo de trabajo, buenas comidas y algún que otro plan nocturno. El ambiente de esta isla, tanto de día como de noche, nos gustó incluso más que en Gili Air. Durante el día, solíamos ir hacia el norte y noroeste, en busca de buenos puntos de snorkel. Al atardecer, nuestra zona favorita era el oeste, donde se supone que se puede ver el Agung al fondo… aunque en nuestro caso, nunca conseguimos verlo del todo despejado.
Por la noche vivimos dos versiones de Gili T: una relajada y otra más fiestera.
La versión relajada consistió en ir a un bar del este de la isla, con vistas al mar, cervecitas en mano y largas conversaciones arreglando el mundo.
Y la versión más fiestera… ¡inolvidable! Empezamos en un karaoke cerca del puerto, donde no paramos de reírnos, y acabamos en un bar en la misma arena con reguetón en español sonando de fondo. ¿Qué más se puede pedir? En cuanto a comida, nos llevamos un sitio favorito muy claro: nuestra pizzería de confianza, justo al lado del puerto. Si queréis saber el nombre, dejadnos un comentario.





Y llegó el momento de cambiar de isla. Nos acercamos al puerto con intención de coger un ferry público a Gili Meno, nuestra última parada en esta mini ruta. Pero, como siempre, la experiencia en el sudeste asiático es impredecible. Un local nos ofreció un barco privado directo hasta nuestro hotel (spoiler: el hotel estaba en el interior de la isla, así que tampoco tenía mucho sentido). Rechazamos la oferta y seguimos caminando, pero… segundos después nos abordó otro, esta vez para un barco privado compartido hasta el puerto de Meno. Aceptamos, mochila en mano, listos para la última parada de nuestro viaje por las tres joyas del norte de Lombok.
Disfrutando de Gili Meno
Tras unos 10 minutos de barco (con un vaivén curioso y una ligera resaca de la noche anterior), llegamos al puerto de Gili Meno, la más tranquila de las tres islas. Aquí no había caos, ni empujones, ni gente por todos lados. De hecho, desde el puerto hasta nuestro hotel, nos cruzamos con… cero personas. Caminamos unos 10 minutos y llegamos a nuestro alojamiento, listos para exprimir las próximas 24 horas.
En esta isla solo estaríamos un día, así que no había tiempo que perder. Lo primero fue salir a buscar un sitio donde comer… y aquí ya notamos las diferencias. La oferta gastronómica era bastante limitada. Algunos restaurantes en la playa (la mayoría dentro de resorts) y en el interior, muy poco. Finalmente encontramos algo, comimos y pusimos rumbo a la famosa laguna de Gili Meno. Aunque para ser sinceros… se veía bastante dejada, con aspecto abandonado.


Por la noche, fuimos a ver el atardecer a un bar que nos habían recomendado y desde donde se veía el espectáculo de fuego que ya habíamos presenciado desde Gili T. Esta vez lo teníamos de cerca, con la puesta de sol de fondo y el sonido del mar acompañando.







Al día siguiente, tocaba disfrutar del mar. Nuestra idea era buscar unas tumbonas en la costa oeste de la isla, donde habíamos leído que estaban los mejores puntos de snorkel, incluido el famoso punto de las estatuas submarinas. La realidad fue distinta: todos los hoteles de esa zona eran de lujo (nivel 600 € la noche) y las tumbonas estaban reservadas solo para sus clientes. Así que nos conformamos con unas sillas a pie de playa, suficientes para disfrutar de un día tranquilo.
Entre chapuzones, cervezas frías, comida sencilla y muchas risas, pasamos nuestro último día en las Gilis. La sorpresa más bonita fue ver tantas tortugas marinas. Incluso Ali, que por la otitis no quería meter la cabeza en el agua, pudo ver varias desde la orilla. Pablo, por su parte, decidió no hacer snorkel en el famoso punto de las estatuas… y no por falta de ganas, sino porque estaba abarrotado de barcos y turistas, y no parecía ni agradable ni seguro.







Así saboreamos el espíritu de la isla más tranquila de las tres. Para cerrar el día, volvimos al bar de confianza en el que habíamos estado la noche anterior. Pedimos un pescado fresco y una sepia a la barbacoa que estaban… simplemente espectaculares. Una despedida perfecta para nuestro recorrido por las Gilis.
El punto final en estas islas
A la mañana siguiente, tocaba poner fin a nuestros días de relax en las Gili. El día anterior ya habíamos preguntado por los tickets del ferry público y, por comodidad, decidimos volver a Lombok. También se podía llegar hasta Bali directamente, pero preferimos regresar por donde habíamos llegado.
Ese mismo día compramos los billetes y nos sentamos en el puerto de Gili Meno a esperar nuestro turno, con la calma que caracteriza a estas islas. Como al llegar a Lombok necesitaríamos un driver que nos llevase hasta nuestro hotel, cerca del aeropuerto, nos acercamos a un puestecito a preguntar y allí lo reservamos. Supuestamente… nos esperaría en el puerto de Bangsal con un cartel con nuestro nombre.
Subimos al ferry (con parada en Gili Air) y en apenas 15 minutos estábamos de nuevo en Bangsal. ¿Y el cartelito con nuestro nombre? Pues no, allí no había nadie. Algunos drivers locales nos dijeron que nuestra compañía no esperaba dentro del puerto, sino fuera, en una especie de cafetería. Y allá fuimos, de lado a lado con las mochilas, preguntando a unos y a otros hasta que en la cafetería nos dijeron que contactáramos con el vendedor. Ya nos veíamos timados…
Después de varios intentos conseguimos que respondiera y nos dijo que enseguida vendrían a buscarnos. ¡Y así fue! Apareció un chico con una moto, que muy amablemente nos pidió que nos subiéramos los dos con las mochilas… Evidentemente, le dijimos que no. Nos indicó que teníamos que caminar unos 5 minutos hasta el punto de recogida “real”. Caminamos hasta un local medio abandonado donde, efectivamente, nos tocó esperar casi una hora hasta que finalmente vino el coche que nos llevaría al hotel.
Una despedida algo caótica, sí. Pero… también muy en la línea de lo que suele pasar cuando viajas por libre por el Sudeste Asiático. A veces las cosas no salen como esperas, pero lo importante es saber reírse por el camino y seguir coleccionando historias. Y esta, sin duda, se ganó su hueco en nuestra colección de anécdotas.
Reflexión sobre las islas Gili
La reflexión sobre las Gili no puede hacerse por separado. Tiene que ser conjunta, comparativa y, sobre todo, realista. Porque hay algo que queremos dejar claro: las Gili no están en Bali.
Aunque muchos posts, blogs e incluso cuentas de Instagram te digan lo contrario, estas islas pertenecen a Lombok. Y si estás en Bali y piensas en hacer una escapada a las Gili, debes saber que el trayecto en barco son unas dos horas… y según muchos viajeros que conocimos (y también por lo que hemos leído), no es precisamente un viaje agradable. Mareos, barcos llenos y gente vomitando son escenas bastante comunes. Vamos, no es el típico paseo en velero con cóctel en mano que muchos venden en redes.
Ahora sí, una vez en las islas… cada una tiene su encanto y personalidad propia, y eso sí que nos pareció un acierto.
Gili Air podríamos definirla como la isla “neutra”. No destaca por nada en concreto, pero tampoco decepciona del todo. Tiene buenos restaurantes, cafeterías con encanto y ambiente tranquilo. Pero si buscas algo especial o una experiencia auténticamente “Gili”, quizá se quede un poco corta. El snorkel es bastante limitado, y aunque sí que vimos tortugas, no fue ni la mejor isla para hacerlo ni la más sorprendente.
Gili Meno es, sin duda, la más relajada. La que elegirías si tu única misión es desconectar, dormir, leer y ver tortugas al amanecer. Aquí todo se mueve en cámara lenta, y eso puede ser genial si es lo que estás buscando. Lo que no se suele decir es que, para vivir esa experiencia de desconexión total, probablemente tengas que rascarte el bolsillo: muchos de los hoteles realmente tranquilos y bonitos no bajan de los 400 € la noche. Así que si tienes un presupuesto más ajustado, puede que la experiencia no sea tan idílica como en las fotos.
Y luego está Gili Trawangan, la supuesta “isla fiestera” … que para nosotros fue, sin lugar a dudas, la más completa. Es verdad que tiene ambiente de noche, pero también tiene rincones tranquilos, cafés con vistas, un snorkel alucinante y un ritmo de vida que engancha. Lo pasamos en grande de día, vimos tortugas fácilmente y nos sentimos muy a gusto. Por eso creemos que es la mejor opción para quienes quieran una combinación equilibrada de relax, vida local, naturaleza y buen rollo.
¡Nuestra recomendación!
Si lo que quieres es disfrutar de playas paradisiacas y nadar con tortugas en Indonesia, olvídate de encontrarlas en Bali. Para eso tendrás que moverte hasta Lombok, concretamente a las islas Gili. Escoge tu isla en función del tipo de experiencia que estés buscando: ¿Paz absoluta y presupuesto alto? Gili Meno. ¿Ambiente equilibrado y mucha variedad? Gili T.
Eso sí, ten en cuenta que no todo es perfecto: a veces no hay agua caliente, los trayectos pueden ser largos o confusos, y no siempre encontrarás lo que buscas en una sola isla. Pero si sabes a lo que vas, las Gili te regalarán días de postal y muchos chapuzones inolvidables.
Tres islas, tres personalidades, una sola certeza: si buscas aguas cristalinas, tortugas y desconexión, las Gili son tu lugar
¿Qué hacer en las islas Gili?
Imprescindibles
Lo cierto es que, al menos para nosotros, ninguna de las tres islas tienen ningún punto imprescindible o que tengas que visitar si o si. Es cierto que hay mejores y peores restaurantes, bares, discotecas, cafeterias, etc…pero desde nuestro mejor consejo para estas tres islas es que te pierdas por ellas y así descubrirás lo que estás buscando.
Lo que si te podemos recomendar son tres actividades que no puedes dejar pasar:
- Disfrutar de los atardeceres: en cualquiera de las tres islas podrás disfrutar de unas puestas de sol realmente increíbles. ¡Nosotros aún seguimos debatiendo desde que isla nos gusto más!. Lo cierto es que la silueta del Agung desde estas islas es una vista que no te puedes perder
- Disfrutar de sus aguas cristalinas: como bien sabrás si has leído otras entradas de nuestro blog, lo cierto es que en Bali no hay playas increíbles, pero en estas tres islas vas a poder disfrutar de unas playas con aguas cristalinas que te dejarán sin aliento y
- Alquilar una bicicleta y perderte: esta parte será la más divertida. Para nosotros fue como volver a la infancia y estar en el pueblo. Te recomendamos que alquiles una bici en tu hotel directamente y te pierdas por cada una de las islas. Aunque ninguna de las tres islas nos dio sensación de inseguridad, asegúrate del lugar que quieres visitar y ten en cuenta que por las noches no hay luz en todos los lugares. ¡Ah! Y ten en cuenta que en algunos sitios habrá demasiada arena como para andar en bici, así que tendrás que empujarla










