¿Qué esperábamos de Komodo?
Como buenos frikis de los documentales de animales, cuando planeábamos nuestro viaje por Indonesia había un destino que no podía faltar: el Parque Nacional de Komodo. La idea estaba clara; lo que no era tan claro era el ¿cómo?, ¿cuándo? y…¿desde dónde?
Así fue como, leyendo y entendiendo mejor la geografía de la zona, descubrimos Labuan Bajo, una pequeña ciudad situada en la isla de Flores, que se convertiría en nuestra base para las dos grandes actividades que queríamos hacer en Komodo: bucear y ver al dragón de Komodo.
Aunque la visita estuvo en duda (incluso teniendo ya vuelo y alojamiento reservado) por culpa de un volcán en erupción en esa misma isla (el Lewotobi), al final decidimos seguir adelante. Fueron días de dudas, de revisar noticias y hablar con otros viajeros, pero entendimos que desde Labuan Bajo hasta el volcán había más de 300 kilómetros, así que, salvo que nos cancelaran el vuelo… ¡allí estaríamos!
La llegada
Como buenos frikis de los documentales de animales, cuando planeábamos nuestro viaje por Indonesia había un destino que no podía faltar: el Parque Nacional de Komodo. La idea estaba clara; lo que no era tan claro era el ¿cómo?, ¿cuándo? y¿desde dónde?
Así fue como, leyendo y entendiendo mejor la geografía de la zona, descubrimos Labuan Bajo, una pequeña ciudad situada en la isla de Flores, que se convertiría en nuestra base para las dos grandes actividades que queríamos hacer en Komodo: bucear y ver al dragón de Komodo.
Aunque la visita estuvo en duda (incluso teniendo ya vuelo y alojamiento reservado) por culpa de un volcán en erupción en esa misma isla (el Lewotobi), al final decidimos seguir adelante. Fueron días de dudas, de revisar noticias y hablar con otros viajeros, pero entendimos que desde Labuan Bajo hasta el volcán había más de 300 kilómetros, así que, salvo que nos cancelaran el vuelo… ¡allí estaríamos!. Como ya te contamos, nuestro punto estratégico para movernos por Indonesia, fue Bali: madrugamos y comenzamos una nueva aventura, además desde el avión tuvimos la suerte de ver el monte Rinjani.

Una vez aterrizas, toca elegir cómo llegar a tu alojamiento. En nuestro caso, el hotel estaba a unos 15 minutos caminando, así que mochilas al hombro y paseo. Ahora bien, si tu alojamiento está en la calle donde se concentran la mayoría de las escuelas de buceo, restaurantes o tiendas (o simplemente está más lejos), plantéate coger un taxi, porque las cuestas en esta ciudad son importantes.
Primeras impresiones
Llegamos bastante temprano, sobre las 9 de la mañana, y como no podíamos entrar al hotel hasta las 12, teníamos unas cuantas horas por delante. Como viajábamos ligeros, con lo justo para los días que pasaríamos allí (dos días completos), decidimos irnos directamente a una cafetería a trabajar. La elección no pudo ser mejor: tenía unas vistas de escándalo y nos dio la bienvenida perfecta a la ciudad.
Estando allí, aprovechamos para hacer una gestión importante relacionada con la actividad del segundo día: ver a los dragones de Komodo. Desde la escuela con la que habíamos reservado el tour, nos habían informado de que, si queríamos volar el dron, teníamos que solicitar un permiso especial al parque nacional y, por supuesto, pagar la correspondiente tasa. Pero claro, la página estaba en indonesio y los formularios no se entendían bien, así que decidimos ir directamente al edificio oficial en la ciudad.


Al llegar, primero nos atendió el guardia de seguridad, pero pronto aparecieron unos chicos en prácticas que nos ayudaron con todo el proceso. Nosotros íbamos decididos a sacar el permiso, ya que habíamos leído que costaba unos 50 euros, pero nos llevamos una sorpresa: ese año había subido a 100 euros. Así que, antes de pagar, decidimos darle una vuelta… (spoiler: ¡menos mal que no lo sacamos!).
Con esa gestión resuelta (o más bien pospuesta), por fin fuimos al hotel. Ya teníamos la habitación, en la que hacía un calor horrible, así que solo quedaba echarnos una siesta rápida antes de ir a la escuela de buceo. Por la tarde, Pablo se levantó con la barriga algo revuelta, pero aun así bajamos a la escuela para firmar los papeles y revisar el equipo para el día siguiente.
¡Y allí nos esperaban Andrea y Santi para recibirnos! Por fin le poníamos cara al famoso Santi, del que tanto nos habían hablado. Elegimos su escuela, Mako Diving Komodo, por recomendaciones de personas que conocen bien estas aguas y confían en el equipo profesional que trabaja allí. (Sí, otra vez fue Nino quien nos dio la clave para elegir la mejor opción). Una vez firmado todo y con las tallas asignadas, solo quedaba saber a qué hora nos veríamos al día siguiente… ¡6:30 de la mañana!
Aprovechamos para preguntarle a Andrea por algún sitio rico para cenar y nos recomendó varios. Uno de ellos fue un restaurante italiano que sí o sí había que probar. Paseamos un rato por la calle principal de Labuan Bajo, donde se agolpan comercios y escuelas de buceo, y tomamos algo (Pablo una tónica y yo una cerveza) antes de ir a cenar. Yo pedí una pasta carbonara y Pablo, una ensalada… pero rápido al hotel porque Pablo seguía con el estómago bastante tocado, con la esperanza de que al día siguiente estuviera mejor.
Buceando en el paraíso
Nos levantamos a las 5:30 de la mañana para bucear… y la situación estaba complicada. Pablo seguía mal de la barriga, pero las ganas de bucear pudieron más. Durante todo el camino hasta la escuela estuvo dudando si ir o no, pero al llegar, se animó. A pesar de no estar mejor, decidió tirar para adelante a ver cómo evolucionaba el día.
En la escuela nos esperaban Santi y Andrea, que nos recogieron para llevarnos caminando al puerto (unos 10 minutos). Durante el paseo, fuimos conociendo un poco más a Santi, su historia, qué le había llevado a instalarse en Labuan Bajo y abrir su propia escuela de buceo. Una vez pasados los controles del puerto, el grupo (unas 15 personas) se fue repartiendo en distintos barcos. Nosotros, junto con otras dos parejas, nos quedamos con Santi. Y ahí llegó la noticia: íbamos a bucear en el norte de Komodo. No haber sabido eso el día anterior fue algo que Ali agradeció infinitamente. Por si no lo sabéis, el norte de Komodo es conocido por sus fuertes corrientes. Y Ali… se sabía de memoria todos los vídeos del famoso Shotgun. Así que haberlo descubierto esa mañana fue, probablemente, lo que le permitió dormir en paz la noche anterior.
Ya en el barco (que era una pasada) estuvimos casi una hora esperando a otro grupo. Algo que nos sorprendió bastante es que distintas escuelas compartían embarcaciones. El barco tenía una planta baja con una mesa central larguísima (donde pasamos la mayor parte del tiempo), café ilimitado, plátanos… y luego desayuno y comida. La cocina estaba en el centro, abierta, y en la parte trasera, la zona de equipos. Arriba, una terraza con pufs que más tarde se convertiría en nuestro lugar favorito para descansar. Para Pablo, el gran descubrimiento: también tenía baño.
Una vez llegó el resto del grupo, pusimos rumbo al primer punto de buceo. Santi se nos acercó y nos avisó: tardaríamos unas dos horas. Así que había tiempo para todo: charlar, conocernos mejor y calmar los nervios. Aprovechamos para conocer a la otra pareja con la que bucearíamos ese día y hablar de otras experiencias en Komodo, como la famosa visita a los dragones.
Cuando estábamos cerca del punto de inmersión, Santi nos reunió para hacer el briefing. Y qué decir… no habíamos vivido nunca uno igual. Usó mochilas, vasos y todo lo que encontró en la mesa para explicarnos cómo sería la inmersión. Especialmente, cómo manejar las corrientes del Shotgun. Todo quedó clarísimo: el recorrido, el momento de sujetarse, cómo soltarse… incluso nos enseñó su agarre secreto favorito.
Nos equipamos, saltamos al agua y empezó la inmersión más desafiante que habíamos hecho hasta entonces. Al principio, todo fue tranquilo. Fondos espectaculares, alguna interferencia submarina y, de repente, llegamos al gran caldero: el inicio del Shotgun.
Uno a uno fuimos avanzando. Subió Santi, luego los demás… hasta que Ali y, por último, Pablo, entraron en la corriente. Fue intensa (aunque según Santi, no demasiado), pero para una primera vez, fue perfecta. Estuvimos unos minutos sujetándonos y, después… ¡a dejarnos llevar, una locura! Los corales eran de otro planeta. Y lo mejor: aún quedaban dos inmersiones más.





Subimos al barco y nos esperaban pancakes y cafecito. ¿Qué más se puede pedir? Tras unos 45 minutos de superficie, hicimos otro briefing (¡otro espectáculo!) para bucear en Crystal Rock. Esta vez, descendimos rápido en un punto donde la corriente golpeaba un pináculo, dividiéndose y creando una zona protegida detrás. Las corrientes atraen vida grande, y no tardamos en comprobarlo. Al entrar en la zona de corriente, vimos por primera vez Giant Trevally, y al poco, Pablo empezó a hacer señas que no entendíamos… hasta que Santi también vio la señal: ¡una raya!




No era cualquier manta. Era una Eagle Manta. Majestuosa. Impresionante. Apareció una… y luego otra. Una de ellas se acercó tanto que casi rozó la cámara. Sin duda, uno de los momentos más emocionantes bajo el agua que hemos vivido. Tras eso, nos dejamos llevar hacia la zona protegida. Los corales eran increíbles, la vida marina espectacular. Fue, sin exagerar, ¡el mejor buceo que hemos hecho hasta ahora!
Al subir al barco, nos esperaba una mesa llena de comida deliciosa. Hablando con otros buceadores, nos contaron que no habían visto las mantas. Santi nos explicó que la mayoría se queda en la zona de corriente esperando ver grandes animales, y que nosotros habíamos tenido suerte al movernos rápido. ¡Y qué suerte!






Tras otros 50 minutos, nos preparamos para la tercera inmersión del día. Otro pináculo, otra corriente, otra zona protegida. Nos lanzamos y nada más descender… dos tiburones de punta blanca se acercaron mientras nos sujetábamos. Fue otro momento de película. Esta vez, Ali se sintió más incómoda. No por el briefing ni por el grupo, sino porque las corrientes estaban locas, sin un patrón definido. Algo que hasta despistó a Santi, aunque lo resolvió como el gran profesional que es. Subimos sanos, salvos y emocionados.
El día de buceo terminaba. Volvimos al puerto, relajados en los pufs de la cubierta, donde incluso nos echamos una siesta. Ya cerca del puerto, Santi se acercó para enseñarnos los vídeos del día y contarnos algunas curiosidades sobre lo que habíamos visto. Al llegar a la escuela, compartimos impresiones con otros instructores y Andrea. Santi confesó que la última inmersión había sido rara también para él, por esas corrientes impredecibles. Registramos las inmersiones y nos despedimos con la promesa de volver.
Eran las 5 de la tarde cuando llegamos al hotel. No teníamos fuerzas para nada más. Nos duchamos, pedimos algo de cenar, vimos una serie y nos fuimos a dormir… a las 10 de la noche. Para cerrar un día espectacular (spoiler: aún no acababa, os contamos más en el siguiente apartado).
La excursión del Dragón de Komodo
Nuestra excursión para ver al dragón de Komodo comenzó mucho antes de las 6:30 de la mañana. En realidad, todo empezó el día anterior, durante nuestro día de buceo, cuando pudimos conocer una visión más profunda de lo que significaba esta experiencia contada por alguien que lleva años viviendo en la isla.
De camino al primer punto de buceo, Santi nos habló de su relación con el mar, el buceo y el turismo. Nos explicó cómo muchos turistas llegan con expectativas muy marcadas, esperando ver ciertos animales sí o sí, como si el mar fuera un espectáculo a la carta. Fue entonces cuando empezamos a entender el amor que él siente, no solo por el océano y sus criaturas, sino por toda la naturaleza. Y esa misma pasión que transmite por el mar se trasladó también, más tarde, a los dragones de Komodo.
Volviendo a nuestra excursión para ver a los dragones y las islas… La noche anterior estuvimos hablando con la otra pareja con la que habíamos buceado. Ellos ya habían hecho el tour y, casualmente, era con la misma agencia que habíamos reservado nosotros. Sus comentarios nos dejaron con una mezcla de sentimientos: decepción, pena, y pocas expectativas.
Nos contaron que la subida al mirador se hacía bajo un calor infernal, sin apenas agua, y que, al llegar arriba, lo único que se veía eran cabezas de turistas. Que los puntos de snorkel y la Pink Beach estaban bien, pero que el encuentro con los dragones fue bastante decepcionante. Los vieron medio dormidos, gordos, incluso con malformaciones.
Fue entonces cuando Santi intervino y nos dio un contexto mucho más completo. Nos explicó que los dragones de Komodo son animales muy pacientes: atacan a sus presas y pueden seguirlas durante días hasta que mueren por la infección de la mordedura. También son animales que no necesitan comer todos los días, ya que cazan presas grandes y luego pasan días o semanas reposando.
Pero lo más interesante fue lo que nos contó sobre el famoso “encuentro con dragones” que hacen todos los tours. Nos explicó que no es posible ver dragones en libertad plena, a no ser que tengas contactos, dinero o seas influencer. Nos habló del “equilibrio necesario”, como lo llamaron unos amigos suyos biólogos. Durante años, los aldeanos de la isla de Komodo han seleccionado unos 5 dragones a los que alimentan cada mañana para que se acerquen a una zona determinada. Así, los turistas los ven ahí, adormecidos y sin necesidad de moverse. Por eso, muchos visitantes salen con esa sensación de ver animales inactivos.
Santi también compartió anécdotas personales de encuentros reales con dragones en libertad, gracias a los años que lleva viviendo allí y a las relaciones que ha construido. Nos habló incluso de ataques reales que ha habido a aldeanos o a búfalos, como aquel que resistió más de una semana antes de morir tras una mordedura, y que llegó a ser grabado por National Geographic.
De verdad, Santi… nos dejaste enamorados de la naturaleza y de tu forma de vivirla. Escucharte fue una experiencia en sí misma. Transmites un amor y una conexión tan profunda con el entorno, que es imposible no emocionarse contigo. Gracias por contagiarnos ese respeto y esa pasión.
Ahora sí, vamos a nuestra experiencia… o, mejor dicho, a la no-experiencia. Como os contábamos al final del anterior apartado, nuestro día de buceo acabó temprano, nos fuimos a dormir a las 10 de la noche… pero a las 11:30 empezó la peor noche del viaje para Ali. Con un dolor de barriga muy fuerte, empezó a vomitar. Estuvo así toda la noche, levantándose cada hora, sentada en el suelo del baño sin fuerzas. Las horas pasaban: la una, las dos, las tres… hasta que llegó la alarma a las 5:30 para la excursión. Y entonces, Ali dijo: “yo no puedo ir a ningún sitio”.
Escribimos a la agencia para contarles la situación. Nos ofrecieron reagendarla, pero no teníamos más días en Komodo. Así que perdimos el precio de la excursión, porque Pablo tampoco se encontraba al 100%. No sabemos si fue por la comida o por la pastilla de la malaria (que seguíamos tomando según las indicaciones del médico del Centro de Vacunación Internacional por nuestra visita a Bukit Lawang). Sea como sea, lo que aprendimos es claro: llevar un buen seguro de viaje es fundamental, porque cuando estás lejos de casa, nunca sabes lo que puede pasar.
El punto final en esta isla
El último día en Komodo no fue como lo habíamos imaginado. Ali pasó prácticamente todo el día en el hotel, sin apenas fuerzas. Mientras tanto, Pablo fue saliendo a dar algunos paseos, buscar café… cualquier cosa para no estar encerrado en la habitación todo el día. Por suerte, por la tarde Ali empezó a encontrarse mejor, aunque aún no al 100%, así que optamos por seguir descansando y no forzar.
A la mañana siguiente, Ali ya se encontraba bastante mejor, así que decidimos ir a desayunar tranquilos. Nuestro vuelo salía a las 5 de la tarde y teníamos que dejar el hotel a las 11 de la mañana, así que, una vez hicimos el check-out, nos fuimos con nuestras mochilas a la cafetería del primer día. Ese sitio con vistas de escándalo, perfecto para hacer tiempo.
Después, no podíamos irnos sin volver a la escuela de buceo. No solo para despedirnos de Santi y Andrea, sino para llevarnos un recuerdo de los buceos tan increíbles que habíamos vivido con ellos. Les dejamos también una nota de agradecimiento, con el corazón lleno de cariño por la experiencia compartida.
A las 3:30 de la tarde ya estábamos en el aeropuerto… y entonces llegó la noticia: nuestro vuelo se retrasaba. Y no fue un pequeño retraso. Pasamos allí desde las 3:30 hasta las 9 de la noche esperando a que saliera el avión. ¡Seis horas! (Y pensar que, si lo hubiéramos sabido, hubiésemos podido hacer la excursión ese día…). Por fin, a las 9 de la noche, cogimos nuestro vuelo rumbo a Denpasar, donde pasaríamos nuestros últimos días en Indonesia antes de poner rumbo a la siguiente aventura.
Reflexión sobre Komodo
Komodo fue nuestro destino soñado. Y sí, también fue el destino donde un par de días malos de barriga nos estropearon algunos planes importantes. Aun así, nos llevamos muchísimo más de lo que dejamos.
Descubrimos una ciudad pequeña y con ambiente local, Labuan Bajo, que cada día respira más el aire del buceo. Y esto, como ya hemos dicho en otras entradas, nos parece la combinación perfecta: el buceo atrae a personas que aman la naturaleza, el mar y todo lo que estos lugares significan.
El buceo en Komodo es de otro planeta. Ha sido, sin ninguna duda, el mejor sitio donde hemos buceado hasta la fecha. Aunque solo exploramos una de sus zonas, fue más que suficiente para entender la riqueza brutal de estas aguas. Superamos las famosas corrientes del norte de Komodo (todo un reto que los buzos conocen bien), y vivimos encuentros mágicos que aún hoy nos siguen dejando sin palabras.
Parte fundamental de que esta experiencia fuera así de especial fue Mako Diving, la escuela con la que buceamos. Desde el minuto uno nos hizo sentir como parte de la familia y nos contagiaron el amor que sienten por el lugar. Andrea, la persona con la que hablamos antes de llegar, nos facilitó todo el proceso, la reserva, los detalles… y cuando por fin nos conocimos en persona, nos saludó como si fuéramos viejos amigos. Hasta compartimos inquietudes personales, como la operación de vista de Pablo, en una de esas conversaciones que te hacen sentir que estás hablando con alguien de confianza.
Y Santi… Santi fue un descubrimiento. Llevábamos tiempo oyendo su nombre en otras escuelas de buceo, y todo el mundo hablaba de él con cariño y admiración. Así que, cuando llegamos, lo primero que dijimos fue: “Por fin conocemos al famoso Santi”.
Gracias a él aprendimos a bucear en el norte de Komodo, a entender las corrientes y a vivir el mar desde otro lugar. Sus briefings fueron los mejores que hemos tenido nunca (Ion, si lees esto, ¡no te enfades!). Lo cierto es que no fueron explicaciones sobre como bucear, sino que logró trasmitirnos su pasión por el mar, su respeto por la naturaleza, su fascinación por los animales y nos regaló sensaciones que no se olvidan. Solo podemos tener palabras de agradecimiento.
La excursión para ver al dragón de Komodo, que finalmente no pudimos hacer, nos dejó un sabor agridulce. Nos hubiese encantado vivirla, no solo por los dragones, también por los puntos de snorkel y las vistas. Pero también es cierto que, después de escuchar las experiencias de otros viajeros y los relatos de personas que conocen bien la zona, nos quedaron algunas preguntas abiertas.
¡Nuestra recomendación!
Labuan Bajo no es una ciudad repleta de monumentos o grandes atracciones turísticas, pero es la puerta de entrada a uno de los parques naturales más espectaculares del planeta: Komodo. Si tu idea es visitarlo únicamente por ver a los dragones, te animamos a informarte bien, leer experiencias reales como la que compartimos aquí, y valorar si es exactamente lo que esperas.
Ahora bien, si tu plan es sumergirte en las aguas de Komodo y descubrir todo lo que hay bajo su superficie, este destino te va a dejar sin aliento. Los corales son impresionantes, llenos de color, vivos, y con una biodiversidad que te hará sentir pequeño. Las famosas corrientes del norte te harán flotar como una hoja en el viento, y si te gusta bucear, Komodo es un destino obligatorio.
Tienes muchas escuelas donde elegir, pero si buscas una experiencia humana, cercana y profundamente respetuosa con el mar, Mako, Santi y todo su equipo convertirán tu viaje en algo verdaderamente inolvidable.
Komodo nos enseñó que, a veces, los planes no salen como esperabas… pero si te dejas llevar, la naturaleza siempre sabe cómo sorprenderte.
¿Qué hacer en Komodo?
Imprescindibles
- Parque Nacional de Komodo: organiza un tour para ver dragones de Komodo, la playa rosa, algún punto de snorkel…
- Buceo: nosotros recomendamos la escuela de Mako Diving
- Atardeceres en Labuán Bajo: sin duda, los atardeceres en este lugar son espectaculares, así que disfruta de ellos, hay un montón de lugares desde donde podrás disfrutar de ellos, pero lo mejor es que recorras las calles y descubras tu favorito, sin planificar
Si tienes más tiempo
Lo más normal es que no dediques demasiados días a esta zona, aunque ojalá puedas, ¡nosotros nos quedamos con muchas ganas!. Si tienes la opción de dedicarle más tiempo, lo mejor, como en muchos otros lugares es que alquiles una moto y descubras los alrededores: podrás visitar cascadas, bonitas playas y naturaleza pura. Sin embargo, debes tener en cuenta que esta isla es inmensa y la mayor parte no esta acostumbrada al turismo, por lo que las infraestructuras no estás adaptadas a ello, no es malo, simplemente creemos que es bueno tenerlo en cuenta. Por cierto, si ves los vídeos del gran Santi en Instagram, podrás ver los «animalitos» que hay en esta isla.










