Malang, las maravillas naturales de Java

¿Qué esperábamos de Malang?

Mientras seguíamos dándole forma a nuestra ruta por Indonesia, y más concretamente por la isla de Java, hubo un nombre que apareció una y otra vez: Bromo. Un volcán imponente, casi mítico, que sabíamos que no podíamos dejar fuera de nuestra aventura.
Empezamos a investigar cómo llegar, cuál era la mejor forma de ver el amanecer desde allí y desde qué punto partir. Y entre todas las opciones posibles, Malang comenzó a destacar por su localización cercana al volcán. Fue en ese momento cuando lo tuvimos claro: Malang sería nuestro campamento base para descubrir el Bromo, vivir su amanecer y, de paso, ver qué sorpresas escondía esta ciudad Indonesia que, hasta entonces, no sabíamos ni pronunciar bien.

La llegada

Llegar hasta aquí fue una pequeña aventura más de esas que nos regala cada viaje. Sabíamos que teníamos que coger un tren para llegar, eso lo teníamos claro… pero, ¿y después?
Bueno, eso de que lo del tren lo teníamos claro… digamos que sólo había un horario posible desde Yogyakarta, así que ni tan mal. El problema vino cuando compramos los billetes y vimos que sólo quedaba clase general. Seis horas de trayecto, en clase general, en un tren indonesio… sí, lo reconocemos, nos dio un poco de respeto.
Llegamos a la estación y allí estábamos en la zona de pasajeros «general», rodeados de locales y sin turistas a la vista… ¡la cosa pintaba intensa! Pero entonces… ¡sorpresa! Subimos al tren y nos encontramos con asientos amplios, aire acondicionado y un ambiente mucho más cómodo de lo que esperábamos. Mejor que muchos trenes de alta velocidad en España (sí, hemos viajado en low cost y lo sabemos bien). Así que, al final, íbamos como reyes por un precio de risa.
Lo más curioso del viaje vino a mitad de camino, cuando el tren cambió el sentido de la marcha. Como íbamos trabajando con el portátil, pensábamos: “ya verás tú, ahora nos mareamos”. Pero apareció un revisor, nos pidió que nos levantásemos, y giró los asientos, ¡literalmente!. No solo los nuestros, sino todos. Y así, mágicamente, seguimos viajando en sentido de la marcha. ¡Eso sí que es eficiencia! (toma nota, Renfe).
Finalmente, llegamos a la estación de Malang sobre las diez de la noche. Ya era tarde y no queríamos complicarnos, así que pedimos un Grab que nos llevara directos al hotel, a solo diez minutos. Sin líos y con ganas de descansar. Al día siguiente… nos esperaba el gran protagonista.

Primeras impresiones

Una de las cosas que habíamos cambiado justo antes de llegar fue el alojamiento. El hotel que teníamos reservado originalmente tenía duchas compartidas y, sinceramente, ya habíamos tenido suficiente aventura en otras paradas como para sumar más incomodidades. Así que buscamos otra opción con baño privado y reservamos.
Tras un breve trayecto en Grab desde la estación, llegamos a nuestro hotel. Y lo que encontramos fue… peculiar. Nos recibió un par de señores bastante mayores, muy amables, que nos hicieron el check-in sin prisa, pero sin pausa. Y entonces empezamos a observar… Aquello parecía sacado de otra época. No sabríamos decir si estábamos en un hotel, un caserón colonial, o un museo no oficial. Escaleras de madera crujiente, un patio interior de película, mesas gigantescas con sillas talladas, cuadros, adornos, lámparas… todo con un aire entre lo decadente y lo majestuoso. Un sitio tan raro como inolvidable.

Recorriendo Malang

La verdad, Malang no fue una ciudad que explorásemos demasiado. Y es que incluso antes de llegar, ya habíamos buscado qué hacer en ella… y la lista era breve: una calle con murales, un parque y un poblado colorido.
Este último, eso sí, nos llamó un poco más la atención. Leímos que era un proyecto de estudiantes universitarios que habían transformado una zona de chabolas junto al río en un espacio lleno de color. Un lavado de cara que, sin duda, ayudó a revitalizar la zona. Pero con las energías centradas en el volcán, no fuimos a verlo.
Así que nuestro «turismo urbano» en Malang se limitó a buscar comida cerca del hotel y descansar. Teníamos muy claro por qué habíamos venido hasta aquí: ver amanecer en el Monte Bromo. Todo lo demás, era complementario.
Durante todo el proceso, nos pusimos a investigar qué otras maravillas naturales podríamos encontrar por la zona. Así fue como dimos con las cascadas de Tumpak Sewu. Lo siguiente que nos preguntamos fue: ¿cómo llegar y volver por libre sin morir en el intento?Por suerte, Oriana e Isaacnos contaron un truquito para hacerlo fácilmente. Si estás leyendo esto y quieres saber cómo lo hicimos, déjanos un comentario.

Las pocas expectativas se convirtieron en una maravilla: Tumpak Sewu

Así que ahí estábamos, a las 8 de la mañana del día siguiente a nuestra llegada, en el lobby del hotel esperando al driver que nos recogería. Durante el trayecto, que dura aproximadamente una hora, pudimos ver un templo chino muy curioso y también pasamos junto al famoso poblado colorido del que tanto se habla en Malang.
Al llegar al parking de las cascadas, compramos nuestra entrada y nos preparamos para iniciar el recorrido. Por internet habíamos leído varias recomendaciones: llevar zapatillas de agua, chubasquero y bañador. También mencionaban la opción de contratar un guía (que te ofrecerán al comprar la entrada o unos metros más adelante).
Nosotros llevábamos nuestras zapatillas de río, pantalón corto, camiseta, bañador debajo, chubasquero y una mochila impermeable. Con eso fuimos más que preparados. En cuanto al guía, decidimos prescindir de él, no es obligatorio, y no fue en absoluto necesario.
El recorrido incluye varias cascadas. Aunque la Tumpak Sewu Waterfall es la estrella, hacia el otro lado también hay otras más pequeñas y bastante diferentes. El camino comienza con un sendero medio asfaltado que lleva hasta un mirador espectacular, desde el que se ve una panorámica increíble de la cascada principal. Hicimos algunas fotos, pero como había bastante gente, decidimos volver más tarde… (spoiler: no lo hicimos).

A partir de ahí, empieza la aventura: unas escaleras empinadas y resbaladizas que se van complicando conforme bajas. Al principio todo bien, con buenos agarraderos, pero luego empiezan las mini cascadas que atraviesan el sendero, los peldaños de barro y las cuerdas como único punto de apoyo. Fue bajada intensa, pero factible. Al final de las escaleras llegamos a un río. Hacia la derecha, Tumpak Sewu, y hacia la izquierda, Goa Tetes. Decidimos ir primero a por la joya de la corona.
Cruzamos un río, con el agua por encima de las rodillas y corriente fuerte, pero había una cuerda para agarrarse (seguridad local 100%). Ya empezábamos a notar el rocío de la cascada, así que nos pusimos los chubasqueros. Caminamos unos 50 metros más, cruzamos un puentecito de madera… y de pronto, ¡boom!

Nos encontramos frente a un anfiteatro natural gigantesco, con la cascada cayendo desde lo más alto. La imagen era brutal. Aunque había bastantes turistas, el sitio imponía tanto que lo único que se escuchaba era el rugido del agua… y una frase de Pablo: “Esto es la cosa natural más espectacular que he visto en mi vida”.

Después de un rato disfrutando del espectaculo, volvimos sobre nuestros pasos y nos dirigimos a la zona de Goa Tetes, mucho más tranquila pero igual de mágica. El camino se volvió más aventurero, con subidas por rocas mojadas, sin agarraderos más allá de las propias piedras. Pero la paz y el silencio de aquellas pequeñas cascadas, entre vegetación y piedra, era justo lo que necesitábamos después del impacto de Tumpak Sewu. El lugar es un poco menos espectacular, pero igual de maravilloso: un sinfín de cascadas preciosas que conforman un paraje natural único, un verdadero tesoro al que sin duda merece la pena ir.

Nuestra intención era volver por el mismo camino… pero ya bajando nos dimos cuenta de que no parecía muy preparado para ser de doble sentido. Justo cuando nos íbamos a lanzar, un guía nos paró: “La salida está en el otro sentido”. Así que dimos media vuelta, subimos por otro camino (igual de empinado) y finalmente regresamos al parking, donde nos esperaba nuestro driver.
Volvimos a Malang justo a tiempo para comer y echarnos una siesta. Eran las 3 de la tarde y a las 11 de la noche nos tocaba vivir otra gran aventura: el amanecer en el volcán Bromo.

Nuestra experiencia en el volcán Bromo

Para ver otro de los lugares que teníamos muchas ganas, habíamos contratado una excursión en la que vendrían a recogernos por la noche a nuestro hotel con la idea de llegar a ver el amanecer justo en frente del Monte Bromo. Este volcán es uno de los tantos volcanes activos que tiene Indonesia, pero sus vistas lo hacen particularmente famoso, así que sin dudarlo, lo incluimos en nuestra ruta.
Habíamos buscado toda la información por adelantado, e incluso habíamos recomendado este lugar a amigo de España que visitó Indonesia pocos meses antes que nosotros. El feedback que Luismi nos había dado de este amanecer, hacía presagiar cosas muy buenas: “la salida del sol es increíble, de las cosas más bonitas que hemos visto nunca”. Así que estábamos super contentos de habérselo recomendado y de estar por fin en este lugar para verlo con nuestros propios ojos.
Después de estar durmiendo desde las 3 de la tarde, nos levantamos a las 8 y pico de la tarde, cenamos algo, nos preparamos y a las 11 de la noche estábamos preparados para empezar la aventura. Nosotros decidimos llevar pantalones largos de trekking, zapatillas de trekking, sudadera y chaqueta corta vientos; no queríamos que el frío (que nos habían avisado de él) arruinase aquel momento. También metimos en la mochila, agua, algunos snacks para comer y poco más.
A las 11 y media llego un coche de a recogernos; en él ya estaban otras dos chicas y otro señor, todos con rasgos asiáticos. Fue montar en el coche y pensar “jo que bien que en este coche podemos dormir las 3 horas que hay (aproximadamente) hasta el Bromo”. Pobres ilusos nosotros, en 30 minutos llegamos a un punto en el que nos dieron una botellita de agua y cambiamos de vehículo.
Pasamos a un Jeep en el que, por supuesto, lo de dormir iba a ser muy complicado. Y ahí ya empezó el viaje, por unas carreteras con curvas, estrechas y un montón de Jeeps y de otros turistas.
Tras una hora más o menos por carretera y una hilera de coches, cambiamos el modo de la carretera y ya eran caminos o explanadas; pero no asfaltadas, ¡arena volcánica! Así 3 horas de Jeep en las que solo se veían Jeeps y más Jeeps.
Las chicas que iban con nosotros eran locales, así que, por suerte, hablaban con el conductor y luego nos los traducían. Entonces se giraron y nos preguntaron que, si teníamos que coger algún tren, bus ese día o si dormíamos en Malang. Cuando le explicamos que esa noche la hacíamos en Malang dijeron “vale es que el conductor ha dicho que nos va a llevar al mejor mirador”.
Así fue como viendo pasar miradores por la ventana, nosotros seguíamos subiendo, hasta que se acabó la carretera. Habíamos llegado al nivel más alto (y el que por cierto Luismi, también nos había recomendado). Una vez paramos ahí, hacía un frio que pelaba la verdad. Había un pequeño trozo de carretera donde había puestos para comprar ropa de abrigos, cafés… todo pensado para los turistas.

Seguimos subiendo por un camino y unas escaleras y, por fin, llegamos al mirador. Había algunos turistas (pero sinceramente creemos que menos que en otras estaciones más bajas). Eran las 4 y pico de la mañana y hasta las 5 y media no sería el amanecer. Aquí empezaron nuestras preocupaciones que se harían realidad más tarde, la noche estaba bastante cerrada, había niebla y sin darnos cuenta nos estábamos medio mojando.
Cuando llego la hora del amanecer, lo comprobamos, había una niebla super densa de esa de las que te moja (como las que hay en el pueblo de Pablo). El amanecer se medio veía y parecía que se iba a despejar porque veíamos el humo de uno de los volcanes; pero se puso mucho peor. La niebla cada vez era más densa y lo que esperábamos que fuera el amanecer de nuestra vida, fue un fiasco. No pudimos ver ningún amanecer, ni allí se veía ningún volcán; y cuando empezó a llover decidimos bajar de nuevo al Jeep.

La decepción era absoluta, pero contra el tiempo no podíamos hacer nada. Nos daba muchísima rabia no haber disfrutado de aquello que Luismi nos había pintado tan bien. Cuando llegamos al Jeep, el conductor dijo que llevaban varios días así, pero en realidad, a nosotros no nos valía como excusa. Así que montamos en el Jeep pensando que no veríamos el Bromo. Cuando bajábamos, de repente, un atasco enorme y el conductor nos dijo “bajar aquí que podréis ver el volcán”. Así que bajamos, tampoco podíamos avanzar con el Jeep, y encontramos un mirador en el que efectivamente se veía a medias el Bromo.

La gente se metía por un camino estrecho (creado por el propio paso de la gente); pero nosotros no nos apetecía mucho meternos por ahí, así que decidimos quedarnos abajo. Los otros turistas que venían en nuestro Jeep sí que fueron y 10 minutos después vimos bajar apresurado al señor que venía con nosotros, ¿qué habría pasado?, bajaba corriendo a buscarnos porque las vistas al final de aquel camino estrecho eran espectaculares. Le hicimos caso y fuimos por allí y ¡menos mal que fuimos! ¡Qué vistas! (PD: le estaremos siempre agradecidos por bajar a buscarnos).

Aunque no habíamos podido ver el amanecer, imaginábamos las vistas desde donde estuvimos antes y entendimos las palabras de Luismi. Aquello era una explanada enorme (que nos dio la sensación de un cráter enorme antiquísimos) sobre el que se levantaban el volcán Bromo expulsando gases y otra colina (que parecía otro volcán, pero sin expulsar gases) verde. Una maravilla indescriptible con palabras o, al menos, nosotros no sabemos.
De que pasamos allí un rato observando la magnitud del lugar volvimos al Jeep. Íbamos a bajar a aquella enorme explanada y ver de cerca el Bromo. Después de conseguir que el atasco avanzase y medio durmiéndonos en el Jeep (como podíamos; pero el cansancio hacia mella, eran las 8 de la mañana) llegamos a aquella explanada que vimos desde el mirador.

En aquella explanada el conductor nos dejó tiempo para subir al cráter y allá fuimos. Teníamos que andar un trozo por una explanada de arena negra (ceniza volcánica). Había gente que subía en unos caballos que ofrecían allí; pero nosotros fuimos andando (no nos gustan ese tipo de atracciones turísticas). Cuando llegamos a los pies del volcán, unas escaleras empinadas se alzaban para llegar al cráter.
Como nos dijo Luismi “aquello parecía una romería” y la verdad es que era verdad. Pero estábamos allí y como no íbamos a subir, las escaleras se subían bastante bien, aunque el calor ya empezaba a apretar demasiado. Pablo seguía insistiendo en que le parecía más bonita la colina verde de al lado; pero a Ali le parecía muy curioso el ver aquello. Así que con un olor un tanto desagradable del humo que expulsaba el volcán llegamos al cráter.

Una vez arriba, nos invadieron una mezcla de sentimientos. Por un lado, la espectacular vista de un volcán activo, ver el interior de ese volcán, ese olor y esa sensación de peligro y adrenalina. Por otro lado, una sensación de inseguridad total y absoluta.
No estuvimos mucho tiempo allí arriba, no sé si por excesivamente precavidos o por cagados. El espacio en el que se podía estar era bastante estrecho, había una especie de barandilla (pero estaba rota), la gente se apelotonaba y otra se pasaba más allá de la barandilla para sacarse fotos. Así que lo vimos y bajamos de nuevo con una sensación de peligro e inseguridad.
De nuevo en el Jeep avanzamos unos 5 minutos a un punto en el que una explanada de arena negra dejaba apreciar de forma mucho más evidente la imagen de aquel volcán y aquella colina. Y tras parar ahí, ya fuimos al último punto que teníamos en la excursión. Estaba por detrás del Bromo y eran una imagen completamente diferente. Unas colinas verdes, que llamaban Teletubbies Hills, debido a sus curiosas formas onduladas y sus colores, bonitas, aunque impedían ver los tesoros que se encontraban detrás.

Tras un breve break en ese punto, pusimos rumbo de regreso. Mientras volvíamos junto con otros Jeeps en caravana ¡un atasco! Se había caído un trozo de carretera y solo se podía ir en un sentido, lo que genero más o menos 1 hora de atasco.
Después de 3 horas de viaje por una carretera que madre mía… Llegamos de nuevo al punto donde habíamos cogido el Jeep, cogimos el coche y nos dejó en el hotel. Comimos y nos fuimos directos a dormir, habíamos salido sobre las 11 de la noche y eran las 3 de la tarde del día siguiente (comentábamos que pocas veces habíamos estado tantas horas de fiesta en España entre risas).

El punto final en esta ciudad

No pudimos descansar demasiado, porque al día siguiente tocaba volver a hacer maletas y seguir con nuestra ruta por la isla de Java. Después del subidón de las cascadas y la paliza del Bromo, solo dormimos un par de horas, preparamos el equipaje, compramos algo rápido para cenar… y vuelta a la cama.
A la mañana siguiente, un conductor nos vino a recoger para llevarnos a la estación de tren, donde nos esperaba una pequeña odisea: nuevo tren, nuevas conexiones… y una ciudad más por descubrir.

Reflexión sobre Malang

Esta ciudad fue más «un campamento base» que un destino en sí. No le dedicamos el mismo tiempo que a otros lugares, pero tampoco sentimos que lo necesitara. Teníamos muy claro qué era lo que veníamos a buscar: naturaleza salvaje y paisajes que quitan el aliento.
Las cascadas de Tumpak Sewu fueron, sin duda, uno de los mayores descubrimientos de este viaje. Salvajes, imponentes, casi irreales. Nos pareció increíble que no estén en todos los itinerarios por Indonesia, porque lo que vivimos allí fue puro espectáculo natural. Llegar es algo más complicado y solo es posible en coche o excursión, pero merece la pena organizarse bien y dedicarles tiempo. No necesitas guía, pero sí un poco de sentido común y ganas de aventura. Nosotros fuimos con conductor y gracias al truquito que nos compartieron Oriana e Isaac, pudimos disfrutarlo por libre y sin complicaciones.
En cuanto al volcán Bromo, aunque no tuvimos la suerte de ver el amanecer que tanto lo caracteriza, sí que pudimos sentir su fuerza y su energía. El lugar impone. Y ver de cerca cómo la tierra cambia, cómo un volcán activo puede moldear todo a su alrededor, nos removió por dentro. La experiencia en jeep fue de esas que no se olvidan, con carreteras imposibles y momentos en los que el propio camino forma parte de la aventura.
Malang como ciudad puede no enamorar, pero tiene algo que la convierte en estratégica: su ubicación. Desde aquí puedes llegar a las cascadas de forma cómoda y también acceder al Bromo sin tener que hacer jornadas eternas. Es el equilibrio perfecto entre logística y paisajes inolvidables.

¡Nuestra recomendación!

Si planeas tu ruta por Java, no pases por alto esta zona. Aunque la ciudad en sí no tenga grandes atractivos, es el lugar ideal para descubrir dos de los rincones naturales más impresionantes de Indonesia.

¿Y tú? ¿Te atreverías a cruzar ríos, descender escaleras imposibles y madrugar a las 2 de la mañana solo por ver paisajes que parecen de otro planeta?

¿Qué hacer en Malang?

Imprescindibles

  • Tumpak Sewu Waterfall: sabiendo que significa «mil cascadas» en indonesio, te puedes imaginar la magia de esta maravilla natural, más si piensas que tiene una caída de más de 100 metros. Coge un taxi desde la ciudad y visita el lugar por tu cuenta, no es peligroso siempre que vayas con el calzado adecuado
  • Volcán Bromo: con sus más de 2300 metros es uno de los volcanes activos más conocidos de Indonesia. Está situado a unas 3 horas de la ciudad y en este caso si te recomendamos que contrates una excursión por comodidad y sobre todo por seguridad. Intenta hablar con los organizadores o habla con tu conductor y pídele que te deje en el mirador más alto (el tercero de los tres que hay). Igualmente, si puede, comienza tu aventura pronto para evitar más atascos de los normal y no llegar tarde a ver el amanecer

Si tienes más tiempo

  • Jodipan: se trata de un barrio famoso por sus casas de colores situado a la orilla del rio que atraviesa la ciudad. Es un antiguo barrio marginal que fue transformado para en el pintoresco lugar que es hoy en día para ayudar a la población gracias al turismo

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