¿Qué esperábamos de Ubud?
Cada vez que decíamos que íbamos a Bali, había una palabra que se repetía una y otra vez: Ubud. Parecía que nadie quería dejar pasar la oportunidad de recomendarnos esta ciudad como una parada imprescindible. Que si su cultura, que si el ambiente, que si el misticismo, la espiritualidad… Todo el mundo hablaba de este lugar con una admiración especial.
Y aunque nosotros no somos especialmente fans de lo espiritual ni de los centros de energía, sí creíamos que Ubud podía darnos una buena dosis de eso que todo el mundo llama «la esencia de Bali«. Un sitio en el que entender mejor su cultura, su religión y esa energía tan peculiar que todos parecían sentir al llegar.
Así que, sin pensarlo demasiado, decidimos dedicarle cuatro días a la ciudad y dos días más a explorar sus alrededores. Íbamos con la mente abierta, con ganas de descubrir si Ubud era realmente tan especial como nos lo pintaban… o si quizá era solo una imagen más de postal.
La llegada
La única forma realista de llegar a Ubud es en driver privado, taxi, Grab o moto. Vale, existe una opción de autobuses públicos que conecta algunas zonas como Canggu o Uluwatu… pero sinceramente, nunca supimos cómo funcionaban, ni nadie nos los ofreció como alternativa real. Así que, como la mayoría, tiramos de Grab.
El trayecto en coche fue cómodo, aunque con algo de tráfico (nada fuera de lo común). El problema llegó cuando estábamos a tan solo 5 km del hotel. Si el viaje total duró 3 horas, una hora y media fue solo para recorrer esos últimos 5 kilómetros dentro de la ciudad. ¡Increíble pero cierto!
Además, aunque el precio estaba fijado por la app, el conductor nos pidió un “extra” al llegar, nos la coló bien. Pero bueno, nos dejó en la puerta del hotel y ahí terminó la odisea.
Nuestro hotel estaba muy bien ubicado, cerca de la mayoría de los atractivos turísticos. Pero claro… ¿de verdad se tarda una hora y media en hacer 5 km? Ya empezamos a ver que la “paz” y la “energía relajada” de Ubud no eran tan fáciles de encontrar. Nos empezaban a entrar las dudas: ¿seríamos nosotros los raros? ¿Grinchs del misticismo balinés?; pero aquello más que una ciudad espiritual parecía una versión densa de Madrid en plena hora punta.
Primeras impresiones
Llegamos al guesthome con el cuerpo molido, deseando una ducha caliente y con la ilusión de empezar a descubrir qué tenía Ubud para ofrecernos. Pero antes de lanzarnos a la aventura, decidimos parar un momento y reorganizar el itinerario. Ya habíamos conocido otras zonas de Bali y, con cierta perspectiva, algunos de los lugares “imprescindibles” de Ubud no nos terminaban de convencer.
Así fue como descartamos dos puntos muy recomendados por todos los blogs y guías turísticas. El primero fue el Sacred Monkey Forest Sanctuary. Un parque en el que los monos campan a sus anchas… o eso dicen. Porque el verdadero problema no son los monos, sino los humanos. Nos pareció preocupante que los encargados y visitantes los alimenten constantemente para lograr “la foto”, lo que ha provocado que los animales pierdan el miedo, se vuelvan agresivos y asocien humanos con comida. Vamos, que te persiguen, te rebuscan, y si llevas algo que parezca una bolsa, es suyo. Lo que se vendía como un santuario, nos sonaba más a zoo sin control y masificado. Así que… fuera del plan.
El segundo fue el famosísimo Campuhan Ridge Walk, ese sendero entre “naturaleza y una palmera”, como lo describen muchos. Después de ver fotos, leer experiencias y recordar la odisea que supuso llegar a nuestro alojamiento con el tráfico de Ubud, decidimos que no valía la pena caminar varios kilómetros para ver lo que, sinceramente, sabíamos que en otras zonas de Bali es mucho más espectacular. Otra visita tachada de la lista.
Con los ajustes hechos, salimos a dar un primer paseo por los alrededores. Al llegar a la calle principal, nos vimos inmersos en una marea de turistas, tráfico y ruido que nos hizo girar sobre nuestros pasos. Acabamos comiendo en un pequeño warung escondido, que por suerte nos conquistó desde el primer momento y se convertiría en nuestro refugio gastronómico los días que estuvimos en Ubud.
Y como si la ciudad no quisiera aún enseñarnos su mejor cara, por la tarde empezó a llover como si no hubiese mañana. Así que tocaba aplazar las visitas… y adaptarse, como siempre, al ritmo del viaje.
Recorriendo Ubud
Nuestros días en Ubud estuvieron marcados por una compañera constante: la lluvia. Y no, no era época de lluvias, era temporada seca. Esa en la que se supone que solo caen tormentas puntuales de una horita… Pues bien, nosotros tuvimos cuatro días de cielo gris y agua cayendo sin tregua. ¡Así que tocó adaptarse!
Salíamos cuando el cielo nos daba una mínima ventana de respiro o cuando la lluvia era solo un chispeo simpático. En uno de esos huecos aprovechamos para ir al templo Pura Taman Saraswati, donde supuestamente cada noche había un espectáculo de danza balinesa. Habíamos leído que desde el restaurante The Café Lotus podías verlo gratis si te tomabas algo, y sinceramente, nos pareció un planazo: cervezas frías + cultura local. Spoiler: nos bebimos las cervezas… pero de danza, nada de nada. Resulta que el espectáculo no es diario, sino solo dos veces por semana. Total, 20€ en cuatro cervezas con vistas a lo que parecía un decorado de parque temático.



Decepcionados y hambrientos, nos topamos con una pizzería brutal. Sí, italiana 100%. Esa noche cenamos como reyes: ensalada, pizza… y fue lo mejor de Ubud (con diferencia). Si queréis el nombre de la pizzería dejarnos un comentario y os lo recomendamos sin dudarlo.
Los días siguientes siguió lloviendo, así que repetimos rutina: café mañanero (servido en botella de cristal cual Coca-Cola), comida en nuestro warung de confianza y cena en nuestra ya adorada pizzería. Lo dicho, somos de costumbres.
Cuando por fin el cielo nos dio una tregua, salimos a recorrer la ciudad de día. Visitamos los sitios “imprescindibles”: el Palacio Real (Puri Saren Agung), el ya famoso Pura Taman Saraswati (sin espectáculo, again), y el mercado callejero de Ubud. ¿Nuestra sensación general? Que estábamos en un decorado construido para el turismo. Intentamos perdernos un poco por calles menos transitadas buscando algo más local… pero lo único verdaderamente auténtico que encontramos fueron las ofrendas que los balineses colocan con esmero cada día frente a sus negocios y hogares.




Esa noche, un vendedor callejero nos ofreció entradas para un espectáculo de danza balinesa en un templo cercano al hotel. Lo conocíamos porque habíamos pasado por la puerta (aunque siempre cerrado) y nos llamó la atención que en el cartel mencionaban trance con fuego. ¿Cómo no íbamos a ir?
Entramos justo antes de que empezara a llover otra vez, y el evento se trasladó a una zona techada, perdiendo parte de la magia, todo sea dicho. Aun así, el ambiente era más auténtico que en otros sitios y, aunque el “trance con fuego” se parecía más a una verbena de San Juan que a un ritual espiritual, nos resultó una experiencia tan curiosa como surrealista. Si te apetece vivir algo así, escríbenos y te diremos el lugar exacto.







El último día teníamos pensado visitar el templo Goa Gajah, pero con más lluvia, tráfico y pocas ganas, lo descartamos. Así, entre goteras, pizzas y ofrendas, pusimos fin a nuestros días en Ubud.
Visitando los alrededores de Ubud
Aunque seguíamos en Ubud, cambiamos de zona para pasar un par de noches en una villa privada con piscina solo para nosotros. Así que decidimos aprovechar el traslado desde nuestro alojamiento anterior para hacer varias paradas y conocer algunos de los puntos más interesantes de los alrededores.
A las 7:00 de la mañana nos recogió el driver. Queríamos llegar temprano a nuestro primer destino, que según Google abría a las 8:00 y estaba a una hora de distancia (spoiler: nada de eso era cierto). El lugar abría a las 9:00 (o eso nos dijo el conductor), y el trayecto duró apenas 30 minutos. Así que, para hacer tiempo, buscamos algún sitio donde tomar un café… y lo encontramos. El café era el más instagrameable que puedas imaginar. El típico que aparece si buscas “arrozales Bali bar Ubud” en Google. Pero aquí viene lo curioso: querían cobrarnos 10 € por persona solo por entrar, ¡aunque fuese para tomar algo! Después de discutir un rato, conseguimos que nos sirvieran los cafés para llevar en el parking, evitando así pagar por sentarnos.
Cuando por fin pudimos visitar nuestro primer destino, nos dirigimos a un templo donde realizamos un ritual de purificación. Sabíamos que muchos viajeros optaban por el conocido Pura Tirta Empul, pero no queríamos hacerlo en un lugar turístico y masificado solo “por la foto”. Así que, gracias a Oriana e Isaac (la pareja que conocimos en Yogyakarta), fuimos a una alternativa más auténtica y local.
Allí no había más de 10 turistas. Todo el templo estaba siendo decorado por los locales, y encontramos un pequeño puesto donde nos ofrecieron hacer el ritual. Por un precio mucho menor que en el templo más famoso, nos vistieron con ropa tradicional, una guía local nos acompañó todo el rato y nos explicó el sentido de cada paso del ritual. Fue un momento de paz total. Ali estuvo en silencio más de una hora (algo digno de mención) y la experiencia fue tan especial que se convirtió en uno de los momentos más bonitos del viaje. Además, la guía nos sacó fotos sin que se lo pidiéramos, por lo que nos llevamos también un recuerdo precioso. Si queréis saber cuál fue el templo y cómo contactar con la guía, dejadnos un comentario.






Con el alma tranquila y el corazón lleno, pusimos rumbo al siguiente punto: un café donde se elabora el famoso café de civeta. Un lugar que, sin duda, genera opiniones encontradas. Allí puedes ver el proceso de elaboración del café más caro del mundo (sí, ese que puede costar hasta 90 € la taza), y aunque nos pareció interesante, también nos dejó muchas preguntas. Los animales estaban enjaulados, no seguían sus hábitos naturales… y aunque probamos el café, la experiencia fue agridulce.
Ali lo pidió con leche, por lo que no pudo apreciar bien el sabor; pero Pablo lo tomó solo y su veredicto fue claro: “Está rico, es más dulce, pero no como para pagar lo que vale.” Aun así, el sitio tenía una cafetería muy bonita al final del recorrido donde podías tomar algo sin necesidad de consumir el café de civeta.
Última parada antes de llegar a nuestra villa: los famosísimos arrozales de Tegallalang. Nuestra expectativa era encontrar un entorno natural, con explicaciones sobre el cultivo del arroz o alguna visita guiada… pero la realidad fue muy distinta. Nada más llegar, el driver nos dijo que podríamos pasar allí dos horas. ¿Dos horas? Nos sonó raro. Compramos las entradas y nos adentramos en un sitio que era una colección de spots para Instagram: columpios gigantes con vestidos de alquiler, bicicletas colgantes, decorados de todo tipo… y arrozales que parecían más de cartón piedra. Era imposible hacer una foto sin que apareciera un decorado o una pareja posando. Media hora después, estábamos fuera.
Ya en la villa, la lluvia volvió a acompañarnos hasta que nos dormimos, así que esa noche no pudimos disfrutar de la piscina. Al día siguiente, por fin, tuvimos nuestro día de relax absoluto, disfrutando del entorno, sin planes, y con la piscina solo para nosotros.
El punto final en esta zona
El día que dejamos nuestra villa privada para poner rumbo a un nuevo destino en Bali fue, literalmente, un día más en la isla: madrugar (aunque sin exagerar), contactar con algún driver local y negociar el precio del trayecto.
Una rutina que, lejos de agobiarnos, ya formaba parte del viaje, como si estuviésemos siguiendo el ritmo natural de la isla. Dejábamos atrás una zona en la que habíamos descansado, desconectado y vivido experiencias contractorias, y nos preparábamos para seguir descubriendo lo que Bali aún tenía para ofrecernos.
Reflexión sobre Ubud
Ubud fue, sinceramente, un “ir para no volver” dentro de nuestro recorrido. No lo decimos para influenciar tu opinión, sino para contarte lo que vivimos y cómo nos hizo sentir.
Llegamos pensando que encontraríamos una ciudad tranquila, mística, con esa esencia zen de la que tanto se habla. Sin embargo, nos topamos con un caos absoluto: turistas por todas partes, motos, coches, aceras diminutas y un tráfico que parecía sacado de la Castellana, pero con el triple de ruido y sin orden aparente. ¿Una hora y media para recorrer 5 km? Pues eso.
Es cierto que la esencia local sigue viva en algunos rituales matutinos y pequeños detalles cotidianos, pero se diluye entre turistas que pisan ofrendas sin darse cuenta, comercios enfocados 100% al visitante y precios disparatados que poco tienen que ver con el coste de vida real en Indonesia. Sus espectáculos culturales se sienten más como un musical de Broadway que como una expresión espiritual; y prácticas como el yoga, la meditación o las ceremonias de purificación parecen, muchas veces, más un postureo obligado que una búsqueda real de conexión o introspección.
Los atractivos turísticos han perdido gran parte de su autenticidad. La purificación en los templos, por ejemplo, ha pasado a ser una foto obligada bajo el chorro de agua, sin ninguna reflexión sobre su simbolismo. Las terrazas de Tegallalang, un icono de la zona, nos parecieron más bien un parque temático para Instagram, sin contexto, ni explicaciones sobre el cultivo de arroz ni sobre su impacto en la vida local.
Incluso el famoso café de civeta, considerado el más caro del mundo, ha perdido toda su magia: civetas enjauladas, sin libertad para seleccionar las bayas más maduras, y un precio que difícilmente se justifica con la calidad de la experiencia.
¡Nuestra recomendación!
No vayas a Ubud esperando encontrar ese remanso de paz del que tanto se habla en redes y blogs. Si decides visitarlo, hazlo con los ojos abiertos y el corazón crítico. Sus templos dentro de la ciudad parecen espectáculos, sus calles son caóticas y los precios, desorbitados. Si buscas experiencias más auténticas, rituales reales de purificación o arrozales que aún conservan su esencia, hay alternativas mejores a poca distancia. Y si tu idea es descansar en una villa privada con piscina a precio razonable, los alrededores de Ubud pueden ser un buen lugar para eso… pero no esperes encontrar aquí el alma espiritual de Bali.
A veces, lo más turístico no es lo más auténtico. Si quieres descubrir la esencia de Bali, empieza por mirar más allá de Ubud.
¿Qué hacer en Ubud?
Imprescindibles
En la ciudad
- Pura Taman Saraswati: templo hinduista en el centro de la ciudad con espectáculo de danza balinesa (no todas las noches)
- Puri Saren Agung Ubud: conocido como el templo real de Ubud, ya que en él residen los descendientes del último Tjokorda (se podría traducir como príncipe) de Ubud, la entrada es gratuita
- Ubud Street Market: Mercadillo callejero con puestos locales para comprar recuerdos o artesanía
- Goa Gajah: templo hinduista a en la periferia de la ciudad, cuya entrada es muy curiosa
En los alrededores
- Tegallalang: terrazas de arroz más famosas en Bali. Realmente, a nosotros nos parecieron un parque temático. Aunque la visita es casi imprescindible y son bonitas, todo está enfocado al turismo, por lo que no es la realidad de la región, ademas tendrás que pagar una entrada
- Bali Pulina: cafetería muy bonita donde te explican el proceso de fabricación del café de civeta con detalle, además podrás probarlo a un precio mucho más económico que otros lugares como Europa o Norteamérica, sin embargo, tras descubrir la verdad sobre estos animales, nosotros no volveríamos
- Pura Tirta Empul: templo hinduista donde podrás hacer el ritual de purificación y que está realmente masificado, debiendo hacer largas colas y haciendo el ritual prácticamente a la carrera. Nosotros, gracias al consejo de otros aventureros, hicimos un ritual mucho más realista en otro templo cercano. Déjanos un comentario y te recomendaremos cual es sin ningún problema
Si tienes más tiempo
En la ciudad
- Campuhan Ridge Walk: paseo por un parque en el que su principal atractivo es una palmera
- Sacred Monkey Forest Sanctuary: parque cerca de la ciudad, en el que podrás pasear en un entorno repleto de monos. Para nosotros es algo turístico donde los animales son constantemente alimentados y no se encuentran en su entorno, por lo que decidimos evitarlo. No obstante, si decides ir: ¡vigila tus pertenencias!
En los alrededores
- Tegenungan Waterfall: cascadas naturales a las que suele acudir bastante gente, por lo que pueden estar masificadas










