Banyuwangi, la aventura del volcán Ijen

¿Qué esperábamos de Banyuwangi?

En nuestra ruta por Java había un destino que, sin ser tan famoso como el Bromo, nos llamaba poderosamente la atención: el volcán Ijen. Sus aguas azul turquesa y ese halo misterioso que lo envuelve nos retumbaban en la cabeza desde hacía tiempo. Otro volcán, sí, pero uno que prometía una experiencia completamente diferente.
Buscando el mejor lugar para hacer base y organizar la subida, dimos con Banyuwangi. No teníamos grandes expectativas sobre el pueblo, ni nos habíamos parado demasiado a investigar qué ofrecía. Pero sí teníamos claro que era el lugar perfecto para cumplir dos objetivos: visitar este volcán y desde allí dar el salto a nuestra siguiente isla, Bali.

La llegada

Como en casi todos nuestros trayectos por Indonesia… la llegada no fue precisamente sencilla. Ya os lo contamos en la entrada sobre Yogyakarta: no quedaban trenes directos de Malang a Banyuwangi. Pero Ali, en modo rastreator profesional, encontró una solución.
La jugada fue sencilla pero efectiva: dividir el viaje en dos tramos sin desviarnos de la ruta del tren habitual. Primero cogimos un tren desde Malang hasta una de las paradas intermedias del trayecto Malang–Banyuwangi. En unas dos horas llegamos a ese pueblo, donde tuvimos que esperar una hora para enlazar con el siguiente tren. Tiempo que aprovechamos para tomarnos un café tranquilos y estirar las piernas.
Después, nos subimos al segundo tren que nos llevaría a Banyuwangi en unas cuatro horitas más. Y como ya nos había pasado antes, la clase económica fue todo un acierto: asientos amplios, aire acondicionado y tranquilidad absoluta. Nada que envidiarle a un tren low cost europeo.
En total, algo más de 7 horas de trayecto y allí estábamos, en la estación de Banyuwangi. Días antes habíamos contactado con nuestro homestay y nos ofrecieron recogernos, aunque el alojamiento estaba literalmente a 10 minutos caminando. Pero oye, después de tantas horas de tren, ese gesto se agradece.
A eso de las 3 de la tarde ya estábamos sentados comiendo algo en el homestay, con la vista puesta en la cama. El cuerpo pedía descanso… porque la siguiente aventura empezaría a la hora de la cena de España.

Primeras impresiones

La verdad, no tuvimos mucho “primer contacto” con Banyuwangi como tal. Desde que salimos de la estación hasta el alojamiento, el camino ya nos dio pistas: una calle sin asfaltar, poco tráfico y ambiente tranquilo. No era una gran ciudad turística, y eso también tenía su encanto.
Lo que sí queremos destacar es el alojamiento en el que nos quedamos. Fue todo un acierto: un pequeño bungalow, dentro de un espacio muy agradable, con piscina comunitaria y zonas amplias para descansar. Todo estaba muy cuidado y el ambiente era súper relajado, perfecto para lo que necesitábamos (si buscas alojamiento, dejadnos un comentario y os lo compartimos encantados).
Nada más llegar, comimos algo rápido, nos dimos una ducha y a dormir la siesta. Teníamos por delante una noche larga: a las 10:30 nos vendrían a recoger para vivir una de las experiencias más increíbles del viaje… la visita al volcán Ijen.

Recorriendo Banyuwangi

Banyuwangi fue, al igual que Malang, un punto estratégico más que un destino turístico en sí. No llegamos a explorar realmente la ciudad, así que nuestras únicas referencias fueron: la estación de tren, nuestro hotel, el puerto y… el trayecto en taxi del hotel al puerto (que ya os contaremos porque dio para anécdota).
La razón por la que incluimos Banyuwangi en nuestra ruta fue muy clara: visitar el volcán Ijen. Esa fue la actividad principal, la que nos trajo hasta aquí, y la que le dio sentido a este pequeño alto en el camino.

Descubriendo un volcán único: subiendo al Ijen

Llegaba el momento que nos había traído hasta este rincón del este de Java: visitar el volcán Ijen. Un volcán activo del que todavía hoy se extrae azufre manualmente, siendo uno de los más importantes del mundo en esta práctica.
La actividad comenzaba temprano… o mejor dicho, muy tarde: nos recogían a las 10:30 de la noche. Días antes, habíamos tenido que enviar nuestros datos (pasaporte incluido) para gestionar los accesos al parque, y ese mismo día nos confirmaron la hora.
Sabíamos más o menos lo que nos esperaba: nos recogerían en coche, haríamos un pequeño reconocimiento médico, luego algo de trekking, la bajada al cráter para ver la famosa lava azul y, con suerte, disfrutar del amanecer en el borde del cráter. Luismi, nuestro amigo, ya había hecho esta excursión y su experiencia nos dejó un poco inquietos: “una queimada”, “no es para todo el mundo”, “agobiante” … no son precisamente palabras que inviten al entusiasmo. Pero ya estábamos allí. Y aunque íbamos con esa duda constante de si lo haríamos completo o no, teníamos claro que, si la bajada no nos convencía, nos quedaríamos arriba.
Nos levantamos de la siesta sobre las 9 de la noche, cenamos algo… y empezó a llover. Perfecto. Otro amanecer pasado por agua. Aun así, preparamos nuestras cosas: pantalón largo, zapatillas de trekking, sudadera, cortavientos, mochila impermeable, agua, snacks, y por supuesto… ¡chubasqueros!
A la hora acordada, un coche pasó a buscarnos. Compartíamos transporte con dos turistas y, tras unos 45 minutos de trayecto, llegamos a lo que parecía una casa donde nos hicieron el famoso “reconocimiento médico”: peso, estatura, tensión y oxígeno en sangre.
Allí conocimos a Quim, el que sería nuestro guía principal. Junto a él, otro grupo de turistas también se preparaba. Desde allí pusimos rumbo al Ijen. La noche estaba fea, con lluvia y niebla cerrada. La conducción, en ese contexto, nos puso algo nerviosos, pero el driver nos iba contando su historia, cómo su padre había sido minero en el Ijen y había fallecido recientemente, y eso nos tocó profundamente.
Llegamos al parking sobre las 12 de la noche y, bajo una lluvia incesante, Quim nos reunió para el briefing. Éramos unas 20 personas en total, y nos entregaron el material: linterna frontal, gafas de protección y máscara de gas. Él intentaba animarnos: “ayer llovía igual y acabamos viendo el amanecer con arcoíris”.
A las 2 en punto abrieron el acceso al trekking. Pablo se adelantó y, sin darnos cuenta, íbamos en cabeza junto a otro de los guías, Ron Ron. El camino era de tierra, cuesta arriba, y la lluvia no paraba. En una zona resbaladiza y bastante empinada, Pablo tropezó (no una, ni dos, sino tres veces hasta que consiguió salir) y acabó con las manos llenas de barro.
Tras dos horas de subida llegamos al borde del cráter. La lluvia había cedido un poco. Tocaba decidir: ¿bajamos a ver la lava azul o nos quedamos? Ali tenía sus dudas, pero habló con Ron Ron, quien le dijo que estaría con ella todo el tiempo. Así que nos pusimos las máscaras… y para abajo.

La bajada, aunque empinada, fue más sencilla de lo que esperábamos, y Ron Ron fue un apoyo constante. Ali, pegada a la pared, acabó con los pantalones teñidos de amarillo azufre. Una vez abajo, el olor era fuerte, el humo denso, y la lava azul… bueno, era una lengua de fuego azulada. Interesante, pero no espectacular.

El problema fue que no podíamos subir hasta que llegase todo el grupo. Y ahí, bajo la lluvia que volvía a apretar y entre el humo, las máscaras empezaban a agobiar. Cuando finalmente nos dijeron que podíamos subir, empezó el caos: turistas bajando sin orden, empujones, gente resbalando, guías discutiendo, y un camino estrechísimo con tramos de un solo metro. Ali, sin batería en el frontal, lo pasó realmente mal. La subida fue angustiante. Fue una experiencia que nos hizo dudar de si habíamos cruzado nuestra propia línea de seguridad.

Pero entonces… llegó el amanecer. Y aunque no sabíamos muy bien dónde estaban los demás del grupo, uno de los guías nos indicó que siguiéramos. Llegamos a un mirador, con prisas, con cansancio, pero justo a tiempo. Y allí… todo valió la pena. La imagen era de otro mundo: el cráter, las columnas de humo, el amarillo del azufre, el cielo tiñéndose de colores, y al fondo, otros volcanes. ¡Mágico!

Parecía que la naturaleza nos daba un respiro solo para ese momento, porque al comenzar la bajada… la lluvia volvió con fuerza. El camino era un barrizal y más de uno terminó en el suelo. Nosotros nos libramos, más o menos, pero llegamos abajo agotados, empapados, llenos de barro y con la adrenalina por las nubes. Un café caliente, vuelta al hotel, ducha rápida… y el resto del día lo pasamos entre siestas, lavadoras y descanso. ¡Nos lo habíamos ganado!

El punto final en esta ciudad

A las 10 de la mañana, después de pasar todo el día anterior durmiendo y haciendonos los remolones, con las mochilas listas y todavía con el cuerpo resentido de la caminata nocturna, nos despedimos de Banyuwangi. Habíamos reservado un Grab que nos llevaría hasta el puerto para cruzar en ferry y seguir nuestro recorrido por Indonesia.
Durante el trayecto, el conductor, muy servicial, se ofreció a gestionarnos los billetes del ferry. ¿Nos timó un poco? Probablemente. Pero también nos ahorró las colas en la taquilla, así que decidimos no pensarlo demasiado. Incluso nos prometió tener un conductor esperándonos al otro lado, en Bali… aunque ese driver nunca apareció (pero eso ya os lo contaremos en la próxima entrada).
Así, con el corazón todavía latiendo fuerte por el amanecer vivido en el Ijen, y las piernas que nos recordaban cada escalón subido, nos despedimos de Banyuwangi. Dejábamos atrás la isla de Java, no sin antes llevarnos una de esas experiencias que se quedan grabadas para siempre.

Reflexión sobre Banyuwangi

Banyuwangi no fue una ciudad que nos enamorase como tal, pero sí se convirtió en la puerta de entrada a uno de los paisajes más sobrecogedores que hemos visto jamás: el volcán Ijen. Sus colores imposibles, su historia marcada por los mineros que cada día bajan al cráter a recoger azufre, y ese amanecer que parece sacado de otro planeta… nos dejaron sin palabras.
La excursión al Ijen no es una experiencia cualquiera: es dura, intensa, emocionante. Te revuelve por dentro. La bajada al cráter para ver el famoso fuego azul es, sin duda, impactante, pero también es agobiante y no exenta de riesgos. En nuestra opinión, no es imprescindible para disfrutar del conjunto de la experiencia, y es una decisión muy personal que debe tomarse según el momento, el guía y las condiciones del día.
Nos hubiese gustado tener más tiempo para explorar los alrededores de Banyuwangi. Sabemos que esta zona esconde mucho más: senderos, volcanes menos conocidos, montañas que esperan ser descubiertas. Algo nos dice que algún día volveremos.

¡Nuestra recomendación!

Si estás viajando por Indonesia, reserva al menos una noche para conocer este rincón del este de Java. Ver el amanecer sobre el cráter del Ijen es una de esas experiencias que te marcan. Y si te queda tiempo (y energía), no dudes en explorar más allá. La naturaleza aquí no entiende de límites.

A veces, los lugares que menos esperas te regalan los recuerdos más intensos… ¿Cuál ha sido el tuyo?

¿Qué hacer en Banyuwangi?

Imprescindibles

  • Volcán Ijen: situado a algo más de una hora de Banyuwangi, este volcán se caracteriza por el lago de su cráter, de un marcado color azul turquesa, producto del alto contenido en azufre. Para verlo, te recomendamos que contrates una buena excursión (te aseguramos que no valen todas), te vistas de forma adecuada y te prepares para unas buenas subidas

Si tienes más tiempo

  • Sukamande: se trata de una playa ubicada en la parte sureste de Java, donde podrás participar en programas de cría de tortugas mediante excursiones que salen desde la ciudad . Nosotros finalmente no pudimos realizar esta aventura, por lo que no podemos darte nuestra opinión. ¡Si la has visitado, deja un comentario y ayuda a otros viajeros!

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