¿Qué esperábamos de Yogyakarta?
Cuando empezamos a planear las semanas que pasaríamos en Indonesia, teníamos claras algunas cosas: queríamos conocer sí o sí islas como Bali, vivir experiencias como el buceo y visitar algunos imprescindibles como el volcán Bromo. Lo que no teníamos tan claro era por qué ciudades pasar ni cómo encajar todo de la forma más eficiente posible.
Yakarta, la capital del país, fue una de las primeras en salir de nuestra lista. Leímos bastante sobre ella y, aunque sabíamos que es el punto de entrada de muchos viajeros, no nos terminaba de convencer: una ciudad caótica, sin muchos atractivos que nos motivaran lo suficiente…
Y fue ahí cuando apareció Yogyakarta. Al principio, lo admitimos, pensábamos que era lo mismo que Yakarta (¡ojo con la confusión!), pero pronto descubrimos que no tenía nada que ver. En cuanto empezamos a leer sobre lo que ofrecía esta ciudad y, sobre todo, lo que escondía en sus alrededores, no dudamos ni un segundo. ¡Yogyakarta entraba de lleno en nuestra ruta!
La llegada
Nuestra llegada a Yogyakarta fue, sorprendentemente, muy cómoda. Aterrizamos directamente en su aeropuerto internacional, que está a unos 40 minutos del centro y que, por cierto, parecía recién inaugurado o reformado. Todo relucía y daba gusto moverse por allí.
Sabíamos que desde el aeropuerto teníamos que coger un tren para llegar a la estación central de Yogyakarta, así que lo primero fue buscar fuerzas con un buen desayuno en una de las cafeterías del aeropuerto. Con las pilas cargadas, salimos decididos a encontrar la estación… y ahí empezaron los “intentos de persuasión” de los conductores locales. Nada más cruzar la puerta, varios se nos acercaron diciendo cosas como: “el tren es muy lento”, “vais a tener que esperar mucho”, “mejor os llevo yo directamente” … pero nosotros, firmes con nuestro plan, continuamos la búsqueda del tren.
Cuando llegamos a la estación… Aunque al principio no entendíamos mucho, nos acercamos a unas máquinas y con la ayuda de un operario, conseguimos sacar los billetes sin problema. Tocaba esperar unos 50 minutos para el siguiente tren y luego otros 40 de trayecto; pero como no teníamos prisa, nos lo tomamos con calma.
Cuando por fin subimos al tren, nos esperábamos algo más básico o antiguo… pero para nuestra sorpresa, era más cómodo que muchos de los cercanías de Madrid. ¡Vaya descubrimiento! Asientos cómodos, aire acondicionado, limpio… La verdad es que fue un trayecto de lo más agradable.
Primeras impresiones
Nada más llegar a la estación de Yogyakarta sabíamos que nuestro guesthome estaba a tan solo cinco minutos caminando. Así que salimos con nuestras mochilas y nos pusimos en marcha… aunque, como suele pasarnos, nos liamos un poco con las calles. Al final, tras un pequeño rodeo, llegamos y en menos de 15 minutos ya habíamos hecho el check-in y teníamos todo colocado en la habitación.
Había algo importante que queríamos resolver cuanto antes: conseguir los billetes de tren para nuestro siguiente destino. Como estábamos literalmente al lado de la estación, aprovechamos el momento para ir directos a por ello. ¡Y menos mal que lo hicimos en ese instante! Solo quedaba un tren disponible y conseguimos los últimos billetes. Si lo hubiésemos dejado para el día siguiente… no habríamos tenido tanta suerte.
Con todas las gestiones hechas, tocaba explorar un poco la ciudad. Empezamos por la avenida principal, una calle animada donde fuimos encontrando varias tiendas de arte local. En una de ellas nos animamos a entrar y el dueño nos explicó cómo realizaban los cuadros sobre tela de algodón utilizando una técnica tradicional muy curiosa. La explicación fue súper interesante, aunque nos soltó la típica frase para que le comprásemos alguno de los cuadros: “¡Hoy es nuestro último día aquí, mañana nos vamos a otro destino!”. (Spoiler: pasamos por allí la noche siguiente… y seguían en el mismo sitio).

Recorriendo Yogyakarta
Después de lo que vivimos para conseguir el billete de tren al siguiente destino, nos entró un poco el pánico. ¿Y si en otros trayectos tampoco quedaban trenes disponibles? Así que, con la estación justo al lado del guesthome, volvimos sin pensarlo a intentar sacar los billetes para los demás trayectos que teníamos previstos en Indonesia. Y, como temíamos… ¡ya no quedaban!
Ali, en modo resolutivo, se puso manos a la obra y encontró una alternativa: una app para comprar billetes de tren. El problema era que no estaba en inglés y, por más que lo intentábamos, no nos dejaba finalizar la compra. Volvimos un poco frustrados al guesthome y le preguntamos al chico de recepción si podía echarnos una mano. Él también lo intentó desde nuestro móvil, sin éxito, pero por suerte se ofreció a comprar los billetes desde su propia cuenta. ¡Menos mal! Porque si no, nos habríamos quedado atrapados.
Con todas las gestiones por fin resueltas, y siendo ya un poco tarde, nos fuimos a dormir pronto. Al día siguiente nos esperaba el gran motivo de nuestra visita a esta ciudad: los templos de Borobudur y Prambanan (que te contaremos en detalle en el apartado especial más adelante).
A la vuelta de los templos, lo único que nos apetecía era descansar. Así que nos quedamos en el guesthome compartiendo cervezas, risas y anécdotas de viaje con Oriana e Isaac, dos viajeros con los que coincidimos esos días y con quienes conectamos enseguida.
Nuestro último día aquí habíamos planeado salir a explorar algunos puntos de interés en la ciudad… pero el cansancio y la pereza ganaron la partida. Ya habíamos caminado bastante por la famosa y larguísima avenida Jl Malioboro en días anteriores, así que decidimos quedarnos tranquilos en el alojamiento.
Ese rato nos sirvió para charlar más con el chico de recepción, que nos contó cosas muy interesantes sobre la zona: nos habló de los terremotos, de la amenaza de los volcanes cercanos y de cómo algunas erupciones afectaban a la ciudad. Curiosamente, aunque el volcán más cercano, el Merapi, uno de los más peligrosos de Indonesia, que sigue activo, no era el que más le preocupaba. Según nos explicó, el viento había salvado a Yogyakarta en varias ocasiones desviando la ceniza volcánica.
Visitando los templos de Prambanan y Borobudur
Unos días antes de llegar a Yogyakarta, y aun estando en otro país, recibimos un mensaje del guesthome donde íbamos a alojarnos. Nos avisaban de que unos chicos españoles querían visitar los templos de Prambanan y Borobudur, pero que ya casi no quedaban entradas para Borobudur.
¿Perdón? No entendíamos nada… Veníamos de viajar por países donde todo se podía gestionar sobre la marcha, sin necesidad de reservar con antelación, buscando agencias entre sus calles… De pronto nos veíamos en la tesitura de quedarnos sin visitar uno de los lugares más emblemáticos de Indonesia si no actuábamos rápido.
Así que, algo agobiados, preguntamos al guesthome cómo podíamos conseguir las entradas y organizarnos para llegar hasta los templos, que no están precisamente al lado. Por suerte, fueron súper amables y nos explicaron todo: podríamos compartir transporte con los otros chicos y comprar las entradas online. También nos contaron que la UNESCO había limitado el número de accesos diarios a Borobudur como medida de conservación, de ahí la necesidad de reservar con antelación. Nos dieron varios consejos para escoger la entrada correcta, en función de si queríamos ver el amanecer, subir hasta la cima, etc. Si queréis que os contemos los trucos que nos dieron, dejadnos un comentario.
Con todo más o menos organizado, llegamos a Yogyakarta sabiendo que al día siguiente saldríamos a las 8 a.m., compartiríamos coche con los otros viajeros y que teníamos entradas para distintas horas (aunque por suerte, podíamos coincidir en el horario de visita a Borobudur).
A la mañana siguiente, nos vino a buscar un conductor local a una esquina cercana al guesthome (la calle era tan estrecha que no entraba ni un coche). Y allí conocimos a Oriana e Isaac. En cuanto nos vimos, supimos que había química viajera y como buenos españoles, lo primero que hicieron Pablo e Isaac fue echarse un piedra-papel-tijera para ver quién iba de copiloto… que no sirvió de nada porque al final el coche era de siete plazas.
Durante el trayecto a Prambanan aprovechamos para conocernos: ellos estaban acabando su viaje por Indonesia y nosotros acabábamos de llegar (como quien dice), así que fue una conversación llena de consejos, historias y risas. Nos contaron sus aventuras, nosotros nuestro proyecto, y la conexión fluyó desde el primer kilómetro.
El primer templo que visitamos fue Prambanan, un conjunto de más de 200 templos hindúes, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es el templo hindú más grande de Indonesia y el segundo más importante del sudeste asiático después de Angkor Wat (Camboya). La entrada fue rápida y sencilla, ya que todos llevábamos todo reservado. Nuestro conductor incluso entró con nosotros y nos llevó a un punto perfecto para hacer unas fotos increíbles (aunque uno de los templos estaba en obras, la vista era igual de impactante).






Justo cuando empezábamos el recorrido por libre, se acercaron unos niños a preguntarle a Ali si podían sacarse una foto con Pablo. Con una mezcla de ternura y sorpresa, dijimos que sí. Y lo que parecía una anécdota aislada… ¡se convirtió en una auténtica sesión de fotos colectiva! A cada paso que dábamos, grupos de niños nos rodeaban para pedirnos fotos. Al reencontrarnos con Oriana e Isaac, descubrimos entre risas que ellos estaban viviendo exactamente lo mismo.



Nuestra teoría era que eran excursiones escolares y que estarían jugando a algo tipo “foto con una persona rubia, con gafas, o con un extranjero”. Pero en un momento dado, uno de los profesores nos dijo: “¿Podéis haceros una foto con ellos? Es la primera vez que ven occidentales.” Y ahí nos quedamos de piedra.
La experiencia fue tan surrealista como entrañable. Y cuando pensábamos que ya no nos podían sorprender más… ¡los conductores de los buses escolares (ya mayores) también nos pidieron una foto! Los niños lo entendíamos… ¿pero los conductores? En fin, inolvidable. Terminamos de explorar los templos más pequeños del complejo, tomamos un café y volvimos al punto de encuentro con nuestro conductor para seguir la ruta.



Ya casi llegando a nuestro segundo destino, hicimos una parada para comer. Sí, eran las 11 de la mañana, pero era lo que tocaba. Nos llevaron a un restaurante turístico, pero agradable, donde seguimos compartiendo confidencias con Oriana e Isaac. Allí nos contaron que se habían comprometido durante el viaje… ¡Qué bonito fue compartir ese momento con ellos!
El segundo gran templo del día era nada más y nada menos que Borobudur, el templo budista más grande del mundo. Tiene forma de estupa, se organiza en nueve niveles y, visto desde el aire, tiene la forma de un mándala. También es Patrimonio de la Humanidad y uno de los sitios más visitados de Indonesia.

La entrada fue igual de sencilla que en Prambanan. El conductor nos acompañó hasta un autobús que nos llevaría a la entrada oficial del templo. Allí, como parte del proceso, nos dieron unas chanclas especiales que debíamos usar para no desgastar las piedras del templo (y que además son fabricadas por comunidades locales para fomentar la economía regional).
Ya en la explanada principal, nos hicieron una sesión de fotos con fuentes de fondo (ironía: sí, esto también venía incluido), y luego nos asignaron un guía, ya que para poder subir al templo es obligatorio hacerlo con acompañamiento. El guía nos dio un montón de detalles interesantes sobre el templo, el budismo, y cómo la erosión de los zapatos normales había llegado a desgastar las piedras ¡hasta 3 mm por año!


Empezamos la subida, nivel a nivel, descubriendo relieves que contaban historias budistas sobre el karma, el ciclo de la vida y la iluminación. En los niveles más altos, las estupas contenían estatuas de Buda en su interior. Aunque el ascenso era empinado y el calor apretaba, la experiencia fue impresionante.



Para cerrar la visita, volvimos a la base y contemplamos Borobudur desde una nueva perspectiva. Nos despedimos de aquel lugar con la sensación de haber vivido algo único, espiritual, inesperado… y lleno de anécdotas.
El punto final en esta ciudad
Nuestra última mañana que pasamos en el guesthome, compartiendo vivencias con el chico de la recepción, también tocaba despedirse de Oriana e Isaac, que acababan su viaje por Indonesia. Nos dimos un buen abrazo y prometimos volver a vernos: ellos nos invitaron a visitarlos en Barcelona y nosotros a que conocieran León. Aunque fue poco tiempo el que compartimos, fue de esos encuentros que dejan huella. Y eso es lo que más nos gusta de viajar: los lazos inesperados, las historias compartidas, y esa sensación de que, a veces, lo que hace especial a un lugar son las personas que te cruzas en él.
Después de comer y de haber exprimido al máximo nuestros días en Yogyakarta, llegó el momento de irnos a la estación. Allí solo quedaba esperar a que llegara el tren que nos llevaría a nuestro siguiente destino en Indonesia. Sin complicaciones, sin prisas… así cerrábamos nuestra etapa en esta ciudad, con la sensación de haber vivido algo auténtico y lleno de contrastes.
Reflexión sobre Yogyakarta
Yogyakarta fue nuestra puerta de entrada a Java… y qué gran bienvenida nos dio. Desde el primer momento, esta ciudad nos recibió con una mezcla perfecta de caos amable, tradición y hospitalidad. Es cierto que la ciudad en sí no brilla por grandes monumentos o calles llenas de encanto como otras del sudeste asiático, pero guarda un secreto valioso: es la base perfecta para visitar dos joyas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Prambanan y Borobudur no son solo templos; son experiencias que te atraviesan. El primero nos sorprendió por su inmensidad, su energía y, sobre todo, por los cientos de niños (¡y no tan niños!) que nos pedían fotos con una ternura abrumadora. Borobudur, en cambio, nos dejó en silencio. Su belleza, su historia y esa subida entre estupas y relieves budistas fueron casi un viaje espiritual.
Y cómo no, en esta ciudad también nos cruzamos con personas que marcaron el camino. Oriana e Isaac, los responsables de que no nos quedáramos sin entradas, y con quienes compartimos risas, historias, un día intenso de visitas y una noche de despedida. Desde aquel piedra, papel o tijera en la calle del guesthome, supimos que esa conexión iba a ser especial. Si leéis esto: ¡gracias! Y ya sabéis que León os espera.
¡Nuestra recomendación!
Si estás organizando tu ruta por Indonesia, no te quedes solo con Bali. La isla de Java (aunque inmensa) tiene tesoros como Yogyakarta que merecen mucho la pena. Reserva un par de días y déjate sorprender por estos templos milenarios. ¡No te vas a arrepentir!
¿Y tú, ya has incluido Yogyakarta en tu ruta por Indonesia o te lo estás pensando? Cuéntanos en los comentarios si este rincón de Java también te sorprendió tanto como a nosotros.
¿Qué hacer en Yogyakarta?
Imprescindibles
- Templo Prambanan: segundo templo hinduista más grande del sudeste asiático y Patrimonio de la Humanidad
- Templo Borobudur: se trata del templo budista más grande del mundo y también Patrimonio de la Humanidad, realmente increíble. Disfruta de la experiencia escuchando y preguntando a tu guía acerca del lugar y del budismo
*No dejes la compra de las entradas para última hora, ni te fíes de todos los tours que encuentras, déjanos un comentario si necesitas ayuda
Si tienes más tiempo
- Jl. Malioboro: calle principal de la ciudad, llena de establecimientos y con bastante gente, un lugar animado para pasear y descubrir un poco de ambiente local. También encontrarás puestecitos para comer
- Yogyakarta Royal Palace: aunque no es el lugar más espectacular que verás, si tienes tiempo puedes visitar este palacio y descubrir un poco más de historia










